Tenia algunos días sin utilizar este medio y cuantas cosas importantes han ocurrido, entre ellas la finalización de las Olimpiadas, bastante interesantes sobre todos los últimos días con las esperadas competiciones de atletismo donde ha habido emociones para todos los gustos, y la esperada final de Baloncesto, España vs. EE.UU, para pasar a la historia, excelente si señor.Pues bien si lo voy a hacer, esta decidido, periódicamente ire publicando algunos de ello, eso si, a medida que vallan saliendo.
Para los amigos de Japón, aquí va este otro cuento, espero les guste a todos.
POR SIEMPRE VIVIRÁS.
París, Agosto de
1795.
Amanecía, a través
de una enrejada abertura se colaba la difusa luz del nuevo día. Parecía reptar
a través de las sombras, para aclarar en algo las oscuras paredes de la fría
mazmorra en la que se hallaba acurrucado, el prisionero.
La luz me hizo salir del sopor en el que me encontraba,
todavía me parecía ver y oír a Maese Honoret de Virat, cuando delante del
jurado y mirándome con una expresión de ira inmisericorde dijo:
“……… y es por tanto que por demostrarse su culpabilidad
en lo que se refiere, a practica de cultos y acciones nigromantes, así como
también al secuestro y posterior asesinato en cruel sacrificio de la doncella
de Monsieur Bulnaret, para la obtención de solo Dios sabe que asqueroso
beneficio, que lo condeno, en nombre de esta corte de la nueva republica, a
morir guillotinado al amanecer del día 19 de agosto de 1795.
- Ah, malditos el maese, la corte y todo el estúpido
pueblo. Esos bastardos pensaban que iba a caer de rodillas implorando su
asqueroso perdón, se imaginaban que lloraría aterrorizado suplicando que no me
maten, bah, si esos cretinos supieran, que la sangre de su querida doncella me
hizo alcanzar el beneficio de la vida eterna, ellos hubieran huido asustados al
conocer el poder de mi protector, pero no conocen esto, solo me imaginan como
un pobre brujo y charlatán. Pero no importa, les seguiré el juego y después me
jactare de mi poder para hacer que imploren por mi perdón. –
La puerta de la mazmorra se abrió chirriando para
mostrarme a los guardias y al sacerdote que me conducirían a mi triste y supuesto fin.
Mudos y sin dirigirme palabra alguna siquiera, me hicieron
acompañarles a través de oscuros y malolientes corredores, a la parte trasera
de la prisión de La Coincergerie. Afuera cuando salí, la débil luz del amanecer
hirió mis ojos acostumbrados durante tanto tiempo ya a la más negra oscuridad.
Sobre una vetusta y rustica carreta de madera me
acomodaron, amarrándome como un perro sobre un montón de paja. Dos anémicos
bueyes tiraban de la misma, no sin esfuerzo, haciendo un ruido sordo al chocar
sus cascos sobre el empedrado de la calle. Atraídos por el resonar monótono de
las bestias, iba formándose una variopinta procesión de gentes, ociosas y
ávidas de sangre, como las que proporcionan las sentencias de muerte publicas.
De reojo y entre la mirada hostil y curiosa del populacho
que nos acompañaba, fui mirando las casas a lo largo de la Rue de La Mort,
avergonzadas doncellas miraban a través de los cortinajes de los balcones,
adornados cuidadosamente con hermosas flores, otras más viejas y robustas no
osaban en mostrarse e insultarme, apoyadas en la cornisas de sus ventanales, para
sumarse al jolgorio que iba creando la turba, hubo uno que otro niño mocoso y
barrigón que, azuzado por algún patán, osaba tirarle piedras a la carreta,
alcanzándome una de ellas, aunque sin importancia en la mejilla.
Poco apoco, un lejano hedor a estiércol rancio, pescado y
legumbres podridas iba tomando consistencia en el aire. Si, hedor, porque la
tan bien amada Paris, símbolo y modelo de la constitución, leyes y normas de
todos los ciudadanos que se dicen respetables, y por los desgraciados que me
encontraba haciendo este humillante viaje hacia lo que ellos esperaban fuera mi
fin, hedía. Si apestaba como la más sucia de las cloacas. Se podía oler a
orina, a basura, excrementos y a mil cosas impensables e inolibles, y no solo
Paris, no señor, sus ciudadanos olían peor, como si el olor delatara sus
miserias y viles existencias. Que asco, si me asquean, yo si tuviera el poder,
los iría exterminando a todos, con tal de librar del ambiente semejante
podredumbre.
A medida que el hedor crecía, me iba indicando la
presencia del Seña y del mercado de la Rue Auxfers, inequívoca señal de que el
viaje llegaba a su fin, ya que la plaza donde seria ejecutado, quedaba a la esquina
de la cercana Rue de L’Ferrongerie.
Mientras que la distancia se iba acortando, comenzó a
embargarme un sombrío pensamiento. Por más que trataba de alejarlos de mi
mente, venían a ella los recuerdos de aquella noche de plenilunio, cuando
amparándome en la más absoluta y negra oscuridad, procedí al rapto y asesinato
de aquella inocente, para utilizar su fresca y pura sangre virginal como ultimo
de los ingredientes para el conjuro. Una vez estuvo todo dispuesto, procedí, no
sin cierto temor, a invocar al demonio que me concedería el regalo de la vida
eterna.
Recordaba como el sótano se lleno de un gélido y
pestilente olor a azufre, de como había aparecido de repente entre fuego y
humo, aullando y profiriendo mil maldiciones cuando se descubrió que estaba
impotente ante mi, que se encontraba a mi total merced, encerrado en aquel
pentagrama, dibujado con sangre en el piso, a sus pies.
Evocaba con júbilo el éxito en la invocación, utilizando
la sagrada formula encerrada en los papiros negros de Ilsalem. El haberlo
obligado a concederme una gracia, la vida eterna. Y cuando con su tenebrosa y ronca voz, ya al
saberse derrotado y obligado a mi, dijo al final: -“… por siempre vivirás.”, si
por siempre vivirás. Pero este “por siempre” en vez de llenarme con la alegría del
triunfo, me hacia angustiarme y con un desconocido miedo, solo venia a mi mente
un pensamiento triste y sombrío.
A que se refería aquel demonio con estas palabras, es que
acaso ese “por siempre vivirás” tenia algún arcano y oscuro significado, que
hasta ahora él no había podido desentrañar., no, podía Se había burlado de mi ese maléfico ser, no, podía
estar seguro de haber seguido al pie de la letra todos los pasos del ritual, y
que no había olvidado ninguno de los
ingredientes del conjuro de Ilsalem, estaba seguro, había sido un éxito, de eso
no cabía la menor duda, pero sin embargo, ahora no podía apartar aquellas
palabras de mi mente, adueñándose de mi, cierta incertidumbre con ese extraño “por
siempre vivirás”.
De un terrible empujón, me sacaron de los más profundos
pensamientos en los que me hallaba sumido. Habíamos llegado, a empujones, golpes
y profundamente insultado, así fui conducido a través de la plaza.
Al llegar a la tarima donde se hallaba dispuesta la
guillotina (cruel instrumento con que la justicia me haría llegar a mi fin); el
verdugo, al que debido a la mascara que le cubría la cara, me imaginaba tendría
un rostro duro e imperturbable, quizás surcado por múltiples arrugas, una quizás
por cada una de las almas que había arrancado con el vil acero de su
instrumento, tiro de mis ataduras y me hizo subir bruscamente los escalones que
me separaban de mi inexorable destino.
Una vez arriba él y su encorvado ayudante, me hicieron
arrodillarme e introdujeron mi cabeza a través de un sucio y maloliente agujero
en una vieja tabla de madera. Acto seguido, un viejo sacerdote procedió a rezar
y orar por el eterno perdón de mi alma pecadora, a lo que opte por burlarme y
proporcionarle una picara sonrisa.
De reojo podía ver al pueblo que se había reunido para
saciar sus sádicos instintos y su sed de sangre, presenciando tan desagradable espectáculo.
Por la gran cantidad de gentes que se habían reunido, me hacían
pensar en que debía de tener cierto grado de fama, recordándome la muerte de
nuestro infantil rey Luis, pero lo seria más cuando me levantara una vez que ellos
pensaran que había muerto.
Debajo de mi cabeza se hallaba dispuesta una rudimentaria
cesta tejida, en cuyo fondo se hallaba llena de paja, la cual guardaría mi
ensangrentada cabeza, una vez que la funesta ceremonia hubiera llegada a su
fin.
La señal de la cruz enfrente de mi rostro, fue el
indicativo de que había llegado la hora.
Un súbito movimiento del brazo del verdugo, y la pesada y afilada hoja de la
guillotina cayó sobre mi cabeza, súbita y silenciosamente.
Antes de que me diera cuenta y sin percibir dolor alguno,
me encontraba de pronto mirando la paja y el rustico tejido de la cesta. Aun no
había salido de mi estupor cuando sentí que me elevaba y vi, no sin terror, que
el verdugo me tenia agarrado por los cabellos y me mostraba al pueblo
enardecido. No podía oir nada, aunque trate de hablar parecían no escucharme.
De reojo pude ver mi cuerpo todavía arrodillado con un gran charco de sangre
donde hasta hace pocos instantes había estado mi cabeza.
Fue entonces cuando comprendí lo que me había pasado, lo
que me estaba sucediendo. Hizo presa de mi entonces la más aterradora y
abominable de las locuras, al ver que tiraban mi cuerpo y a mi cabeza a un féretro,
el golpe sufrido por mi cabeza al chocar con la madera tenia que haber sido traumático
pero no sentí absolutamente nada, trataba de moverme dentro del ataúd con un
arrebato de furia demencial, pero no pasaba nada, y entonces partieron hacia
alguna sucia fosa común el l’Cimetire des Mendiant, donde a menos que sucediera
otra cosa, estaría condenado a ver como se iría pudriendo poco a poco mi cuerpo
mi cuerpo, prisionero para siempre y testigo de mi degeneración, de mi
degradación como ser humano, hasta quedar convertido en un montón informe de
polvo y huesos.
Y fue allí, en aquella sucia fosa, rodeado de otros ataúdes
y de cuerpos dispersos en putrefacción que entendí mi cruel destino, el pago
por mi soberbia. Si antes no lo había comprendido, ahora que me encuentro bajo
la más terrible demencia, tiemblo, si es que aun puedo hacerlo, porque entiendo
por fin que es lo que me quería decir aquel asqueroso demonio, al que pensaba
tener amarrado y seria mi protector, cuando con una picara y siniestra sonrisa
me dijo simplemente: - …pues será como tu quieras, así sea “Por siempre vivirás”-
.
Pues no, al final no me había mentido aquel asqueroso
demonio.
Así lo habías pedido “ …Por siempre vivirás”
Pedro Ángel Martos García.
Hasta la próxima.
Cuídense.
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