miércoles, 15 de agosto de 2012

Por siempre vivirás

Hola amigos, por aquí estamos otra vez.
Tenia algunos días sin utilizar este medio y cuantas cosas importantes han ocurrido, entre ellas la finalización de las Olimpiadas, bastante interesantes sobre todos los últimos días con las esperadas competiciones de atletismo donde ha habido emociones para todos los gustos, y la esperada final de Baloncesto, España  vs. EE.UU, para pasar a la historia, excelente si señor.Pues bien si lo voy a hacer, esta decidido, periódicamente ire publicando algunos de ello, eso si, a medida que vallan saliendo.
Para los amigos de Japón, aquí va este otro cuento, espero les guste a todos.


POR SIEMPRE VIVIRÁS.


París,  Agosto de 1795.
Amanecía,  a través de una enrejada abertura se colaba la difusa luz del nuevo día. Parecía reptar a través de las sombras, para aclarar en algo las oscuras paredes de la fría mazmorra en la que se hallaba acurrucado, el prisionero.





La luz me hizo salir del sopor en el que me encontraba, todavía me parecía ver y oír a Maese Honoret de Virat, cuando delante del jurado y mirándome con una expresión de ira inmisericorde dijo:
“……… y es por tanto que por demostrarse su culpabilidad en lo que se refiere, a practica de cultos y acciones nigromantes, así como también al secuestro y posterior asesinato en cruel sacrificio de la doncella de Monsieur Bulnaret, para la obtención de solo Dios sabe que asqueroso beneficio, que lo condeno, en nombre de esta corte de la nueva republica, a morir guillotinado al amanecer del día 19 de agosto de 1795. 
- Ah, malditos el maese, la corte y todo el estúpido pueblo. Esos bastardos pensaban que iba a caer de rodillas implorando su asqueroso perdón, se imaginaban que lloraría aterrorizado suplicando que no me maten, bah, si esos cretinos supieran, que la sangre de su querida doncella me hizo alcanzar el beneficio de la vida eterna, ellos hubieran huido asustados al conocer el poder de mi protector, pero no conocen esto, solo me imaginan como un pobre brujo y charlatán. Pero no importa, les seguiré el juego y después me jactare de mi poder para hacer que imploren por mi perdón. –
La puerta de la mazmorra se abrió chirriando para mostrarme a los guardias y al sacerdote que me conducirían a  mi triste y supuesto fin.

Mudos y sin dirigirme palabra alguna siquiera, me hicieron acompañarles a través de oscuros y malolientes corredores, a la parte trasera de la prisión de La Coincergerie. Afuera cuando salí, la débil luz del amanecer hirió mis ojos acostumbrados durante tanto tiempo ya a la más negra oscuridad.
Sobre una vetusta y rustica carreta de madera me acomodaron, amarrándome como un perro sobre un montón de paja. Dos anémicos bueyes tiraban de la misma, no sin esfuerzo, haciendo un ruido sordo al chocar sus cascos sobre el empedrado de la calle. Atraídos por el resonar monótono de las bestias, iba formándose una variopinta procesión de gentes, ociosas y ávidas de sangre, como las que proporcionan las sentencias de muerte publicas.
De reojo y entre la mirada hostil y curiosa del populacho que nos acompañaba, fui mirando las casas a lo largo de la Rue de La Mort, avergonzadas doncellas miraban a través de los cortinajes de los balcones, adornados cuidadosamente con hermosas flores, otras más viejas y robustas no osaban en mostrarse e insultarme, apoyadas en la cornisas de sus ventanales, para sumarse al jolgorio que iba creando la turba, hubo uno que otro niño mocoso y barrigón que, azuzado por algún patán, osaba tirarle piedras a la carreta, alcanzándome una de ellas, aunque sin importancia en la mejilla.

Poco apoco, un lejano hedor a estiércol rancio, pescado y legumbres podridas iba tomando consistencia en el aire. Si, hedor, porque la tan bien amada Paris, símbolo y modelo de la constitución, leyes y normas de todos los ciudadanos que se dicen respetables, y por los desgraciados que me encontraba haciendo este humillante viaje hacia lo que ellos esperaban fuera mi fin, hedía. Si apestaba como la más sucia de las cloacas. Se podía oler a orina, a basura, excrementos y a mil cosas impensables e inolibles, y no solo Paris, no señor, sus ciudadanos olían peor, como si el olor delatara sus miserias y viles existencias. Que asco, si me asquean, yo si tuviera el poder, los iría exterminando a todos, con tal de librar del ambiente semejante podredumbre.
A medida que el hedor crecía, me iba indicando la presencia del Seña y del mercado de la Rue Auxfers, inequívoca señal de que el viaje llegaba a su fin, ya que la plaza donde seria ejecutado, quedaba a la esquina de la cercana Rue de L’Ferrongerie.

Mientras que la distancia se iba acortando, comenzó a embargarme un sombrío pensamiento. Por más que trataba de alejarlos de mi mente, venían a ella los recuerdos de aquella noche de plenilunio, cuando amparándome en la más absoluta y negra oscuridad, procedí al rapto y asesinato de aquella inocente, para utilizar su fresca y pura sangre virginal como ultimo de los ingredientes para el conjuro. Una vez estuvo todo dispuesto, procedí, no sin cierto temor, a invocar al demonio que me concedería el regalo de la vida eterna.



Recordaba como el sótano se lleno de un gélido y pestilente olor a azufre, de como había aparecido de repente entre fuego y humo, aullando y profiriendo mil maldiciones cuando se descubrió que estaba impotente ante mi, que se encontraba a mi total merced, encerrado en aquel pentagrama, dibujado con sangre en el piso, a sus pies.
Evocaba con júbilo el éxito en la invocación, utilizando la sagrada formula encerrada en los papiros negros de Ilsalem. El haberlo obligado a concederme una gracia, la vida eterna.  Y cuando con su tenebrosa y ronca voz, ya al saberse derrotado y obligado a mi, dijo al final: -“… por siempre vivirás.”, si por siempre vivirás. Pero este “por siempre” en vez de llenarme con la alegría del triunfo, me hacia angustiarme y con un desconocido miedo, solo venia a mi mente un pensamiento triste y sombrío.
A que se refería aquel demonio con estas palabras, es que acaso ese “por siempre vivirás” tenia algún arcano y oscuro significado, que hasta ahora él no había podido desentrañar., no, podía  Se había burlado de mi ese maléfico ser, no, podía estar seguro de haber seguido al pie de la letra todos los pasos del ritual, y que no había olvidado  ninguno de los ingredientes del conjuro de Ilsalem, estaba seguro, había sido un éxito, de eso no cabía la menor duda, pero sin embargo, ahora no podía apartar aquellas palabras de mi mente, adueñándose de mi, cierta incertidumbre con ese extraño “por siempre vivirás”.

De un terrible empujón, me sacaron de los más profundos pensamientos en los que me hallaba sumido. Habíamos llegado, a empujones, golpes y profundamente insultado, así fui conducido a través de la plaza.
Al llegar a la tarima donde se hallaba dispuesta la guillotina (cruel instrumento con que la justicia me haría llegar a mi fin); el verdugo, al que debido a la mascara que le cubría la cara, me imaginaba tendría un rostro duro e imperturbable, quizás surcado por múltiples arrugas, una quizás por cada una de las almas que había arrancado con el vil acero de su instrumento, tiro de mis ataduras y me hizo subir bruscamente los escalones que me separaban de mi inexorable destino.
Una vez arriba él y su encorvado ayudante, me hicieron arrodillarme e introdujeron mi cabeza a través de un sucio y maloliente agujero en una vieja tabla de madera. Acto seguido, un viejo sacerdote procedió a rezar y orar por el eterno perdón de mi alma pecadora, a lo que opte por burlarme y proporcionarle una picara sonrisa.
De reojo podía ver al pueblo que se había reunido para saciar sus sádicos instintos y su sed de sangre, presenciando tan desagradable espectáculo.
Por la gran cantidad de gentes que se habían reunido, me hacían pensar en que debía de tener cierto grado de fama, recordándome la muerte de nuestro infantil rey Luis, pero lo seria más cuando me levantara una vez que ellos pensaran que había muerto.


Debajo de mi cabeza se hallaba dispuesta una rudimentaria cesta tejida, en cuyo fondo se hallaba llena de paja, la cual guardaría mi ensangrentada cabeza, una vez que la funesta ceremonia hubiera llegada a su fin.
La señal de la cruz enfrente de mi rostro, fue el indicativo de que había llegado  la hora. Un súbito movimiento del brazo del verdugo, y la pesada y afilada hoja de la guillotina cayó sobre mi cabeza, súbita y silenciosamente.
Antes de que me diera cuenta y sin percibir dolor alguno, me encontraba de pronto mirando la paja y el rustico tejido de la cesta. Aun no había salido de mi estupor cuando sentí que me elevaba y vi, no sin terror, que el verdugo me tenia agarrado por los cabellos y me mostraba al pueblo enardecido. No podía oir nada, aunque trate de hablar parecían no escucharme. De reojo pude ver mi cuerpo todavía arrodillado con un gran charco de sangre donde hasta hace pocos instantes había estado mi cabeza.

Fue entonces cuando comprendí lo que me había pasado, lo que me estaba sucediendo. Hizo presa de mi entonces la más aterradora y abominable de las locuras, al ver que tiraban mi cuerpo y a mi cabeza a un féretro, el golpe sufrido por mi cabeza al chocar con la madera tenia que haber sido traumático pero no sentí absolutamente nada, trataba de moverme dentro del ataúd con un arrebato de furia demencial, pero no pasaba nada, y entonces partieron hacia alguna sucia fosa común el l’Cimetire des Mendiant, donde a menos que sucediera otra cosa, estaría condenado a ver como se iría pudriendo poco a poco mi cuerpo mi cuerpo, prisionero para siempre y testigo de mi degeneración, de mi degradación como ser humano, hasta quedar convertido en un montón informe de polvo y huesos.


Y fue allí, en aquella sucia fosa, rodeado de otros ataúdes y de cuerpos dispersos en putrefacción que entendí mi cruel destino, el pago por mi soberbia. Si antes no lo había comprendido, ahora que me encuentro bajo la más terrible demencia, tiemblo, si es que aun puedo hacerlo, porque entiendo por fin que es lo que me quería decir aquel asqueroso demonio, al que pensaba tener amarrado y seria mi protector, cuando con una picara y siniestra sonrisa me dijo simplemente: - …pues será como tu quieras, así sea “Por siempre vivirás”- .

Pues no, al final no me había mentido aquel asqueroso demonio.
Así lo habías pedido “ …Por siempre vivirás”


Pedro Ángel Martos García.

Hasta la próxima.
Cuídense.

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