A pasado ya algún tiempo desde la ultima vez que publique algo en el blog, lo siento se que no hay escusa, pero últimamente me han surgido muchas cosas interesantes -afortunadamente- y que entre otras cosas me han servido para darle una especia de vuelta a mi vida, algunas de ellas: una nueva vuelta hacia los estudios superiores que me han absorbido buena parte del tiempo que empleaba para escribir en este medio y otra el regreso a el mundo laboral aunque por poco tiempo, pero regreso siempre agradecido a los que por culpa del paro llevábamos mucho tiempo fuera de el..
Pero no se preocupen, no me he olvidado ni del blog ni de ustedes, así que que cada vez que me lo permita el tiempo iré publicando algunas cosas interesantes por aquí.
Bueno el año ha pasado volando y ya estamos otra vez en el ultimo mes del año, estos últimos días y como todos los años volvemos a engalanar nuestras casas y hacer preparativos para pasar esas ultimas fechas de estas fiestas tan especiales como lo son la Navidad, en compañía de familiares y amigos ade los que por diversos motivos hemos estado alejados de ellos, y tratando de por lo menos y aunque sea por poco tiempo, tratar de limar asperezas y curar desencantos, para que de esta forma estas festividades y reuniones puedan ser de lo más especial, y como no, haciendo balance de un año que no ha terminado al final de ser tan bueno como nos decían y muchos esperábamos y necesitábamos que fuera, pero por favor que eso no merme nuestra ilusión y este año volvamos a desear desde el fondo de nuestros corazones que el próximo sea mejor que este y que se vean cumplidos nuestros mejores deseos, por lo menos los más urgentes, sobre todo a aquellos los que más lo necesiten.
Todos los años he querido publicar algo alegórico a la navidad, este año no he tenido tiempo la verdad para poder preparar algo para tan especial para estas fecha pero he querido y aprovechando el sentido de lo que representa la navidad: el de soñar y poder ver realizados nuestro sueños, que he querido hacer un humilde comentario y publicar una obra que desde niño significo mucho para mi y que trata precisamente de eso, de los sueños, de la capacidad de soñar y de poder ver los sueños realizados para felicidad propia y ajena.
Ayer antes de irme a dormir tuve la fortuna de encontrar navegando por Internet y específicamente por YouTube una olvidada joya de la época dorada de la televisión, de aquella de cuando escaseaba el color y con pocos recursos se hacían muy buenas cosas, cuando menos representaba más, y todas esas carencias y deficiencias se sustituían con muy buenas interpretaciones de partes de magníficos actores y guiones con argumentos muy bien elaborados.
La joya en cuestión de la que les hablo es un capitulo de un antiguo programa televisivo español que estuvo en el aire por allá en los mágicos años 60's, y dirigido por un excelente, creativo e innovador maestro del buen hacer de la televisión como lo fue el genial Narciso Ibáñez Serrador(Don Chicho para los amigos), quien llego a desempeñar con éxito varias facetas dentro del mundo de la TV de aquellos primeros años( creador entre otras cosas del genial uno, dos, tres...), ademas de ser productor cinematográfico, escritor, realizador, presentador y como el mismo se definía: un soñador.
Resulta que por aquellos años en la televisión española el presentaba un programa de emisión semanal llamado Historias para no dormir, donde una vez cada siete días se daban cita originales historias de fantasía, terror y misterio llevadas a cabo por este talentoso realizador. Programa de TV que gozo de excelentes actuaciones de grandes artistas de la época que siempre estuvieron a la altura de lo exigido a nivel mundial en el mundo del teatro de calidad. Entre los que destacaba el trabajo recurrente del genial Narciso Ibáñez Menta -padre del creador del programa- y apodado el hombre de las mil caras por su extraordinario poder de transformación para cada una de las interpretaciones que no fueron pocas. De su mano se dio vida a excelentes obras originales así como a adaptaciones de grandes clásicos de las letras de la fantasia, el terror y del misterio, llevándolas de una manera sencilla y convincente hacia todo tipo de publico. Y especialmente había un genero literario que siempre le gusto a Narciso Ibáñez Serrador, uno que nunca ocultó y en el que inclusive participo escribiendo sus propias historias y preparando algunas recopilaciones de los grandes maestros del genero. Podríamos decir que fue uno de los primeros que abrió este genero en el idioma de Cervantes al mercado español e iberoamericano, y podría considerarse el también como uno de los grandes padres y difusores del genero, me refiero a ese genero de la literatura especulativa que con lo años se ha hecho grande y reconocido, y en donde últimamente podemos encontrar casi de todo, nos referimos amigos a la literatura de Ciencia Ficción, y a la que yo por encima de todo yo preferiría referirme a el como aquel genero literario que nos proporciona nuevos paradigmas y que nos ayuda a abrir la mente a nuevas y numerosas ideas en muchos nuevos campos de la ciencia y de imaginación, haciéndonos posible el soñar con todo aquello que puede ser posible, con todo aquello que quizás esta aun esta por venir.
Pues bien ayer por casualidad encontré en ese programa de televisión(1966) esa valiosisima joya, una adaptación de un muy famoso cuento de Ray Bradbury, llevado de la mano de su director, aunque de una manera sencilla e ingenua, de una excelente realización de parte de su Ibáñez Serrador y de una extraordinaria factura actoral llevada de la mano de tan solo unos pocos excelentes artistas de la interpretación entre los que destacaba su padre, creando en aquella oportunidad y para siempre, un programa cargado de añoranza fútiles, de mucha ternura, de buena ciencia ficción y por sobre todo de mucha poesía audiovisual. Demostrando que a veces en la buena ciencia ficción, no siempre tiene que haber monstruos, héroes o grandes explosiones de láser y armas apocalípticas, también puede haber espacio para la buena poesía.
El cuento adaptado aquella noche para el programa no fue ni mas ni meno que el muy famoso relato de "El cohete" relato de una excelente prosa poética, donde el autor nos sumergía en un futuro posible y no muy distante en un mundo lleno de multitud de grandes añoranzas, expectativas y carencias, y donde por el amor y los buenos sentimientos, los protagonistas sacrificaban fortuna y ahorros para realizar uno de sus mas grandes sueños, como lo era el volar en una de aquellas majestuosas naves de todas las noches podían observarse surcando los cielos desde su humilde vivienda. Para los amantes del genero este siempre ha sido un relato perfecto, un cuento para la imaginación y para los sueños donde el autor demostraba que inclusive entre las paginas de estos relatos fantásticos podía encontrarse excelente poesía, añoranza y promesas de sentimientos muy profundos.
Y me dio esta grata sorpresa, -la de encontrarme reunidos de esta manera a estos dos grandes creadores- la posibilidad de volver a recordar otra vez aquella primera vez en la que tuve mi primer contacto con este genero literario y no se si por casualidad o no pero recuerdo que para aquella ocasión, yo tendría 9 a 10 años quizás -la verdad no lo recuerdo exactamente-, y mi madre por motivo de ese cumpleaños y como me gustaba mucho leer - recuerden era una época en la que no teníamos videojuegos, móviles o Internet- me llevo recuerdo, a una excelente librería de las que existían en aquellos tiempos en Caracas, recuerdo se llamaba la librería Élite y no se si aun existirá, pero bueno estaba ubicada en la Avd. Francisco de Miranda, en la tranquila urbanización -para aquel entonces- de Chacao en ese país que sin darnos cuenta se nos ha ido, la pujante Venezuela de los años sesenta.
Allí dentro de aquel espacio dedicado a la cultura, todo lleno de anaqueles ocupados por todo tipo de libros de cualquier tamaño genero y color, me dejo a solas por unos momentos mi madre para que eleigiera en libertad el que más me gustara. Así que mire y mire toneladas de ellos y acabe eligiendo uno de aquellos por la sugerente ilustración de su portada y por su enigmático titulo, y recordando siempre las valiosas instrucciones de mi madre - Pedrín, que no sea muy caro por favor -, así que en el que mis ojos quedaron prendados fue en un pequeño libro de bolsillo de editorial Bruguera titulado: Antología de Relatos de Ciencia Ficción seleccionados por Groff Conklin y prologada magistralmente por Narciso Ibáñez Serrador, nunca había oído hablar de eso ni sabia de lo que trataba pero aquella pequeña portada resulto como un hechizo para mis ojos de niño y me atrapo desde ese instante para siempre. Lo tome del anaquel donde se encontraba y llevándoselo le dije que este era el libro que quería. Ella lo tomo y lo estuvo viendo y hojeando durante un buen rato y me pareció verla dudar con respecto a lo misterioso del titulo, pero al final como toda buena madre que quiere siempre lo mejor para sus hijos, acepto y me lo compro, ella con algunos bolívares menos en su monedero y yo con el futuro de buenos ratos de lectura dentro de una pequeña bolsa de papel.
Aquel fue mi primer contacto con ese genero y recuerdo de esos días, cada noche leer de un solo tirón cada una de aquellas historias y después al dormir me ponía a soñar con aquella capacidad que solo tiene los niños con aquello que había leído, y poco a poco me di cuenta de el numero infinito de posibilidades que se abrían a la imaginación con ese genero literario. Esto también de alguna manera me motivo a interesarme y sentir gran una curiosidad por la ciencia y por la tecnología, por tratar de comprender el mundo en el que vivia y a mirar con mas detalle el cielo, las estrellas y todo aquello misterioso y desconocido que podía haber allí.
Entre uno de los magníficos relatos que había en aquel libro y que ley muchas veces, se encontraba el que he querido traer a colación "El cohete" de ese desconocido para mi en aquel entonces, Ray Bradbury, y que al leerlo y despues de terminarlo me dije que si alguna vez podía llegar a escribir algo, me gustaría que pudiera ser parecido a lo que este señor hacia con las letras -era un niño aun y desconocía el arduo trabajo que implicaba aquello-, combinando magistralmente la ciencia posible, la buena fantasía, con los sentimientos más profundos del ser humano y por sobre todas las cosas, mucha poesía, en resumen eso es lo que encontré aquel día cuando me asome por vez primera a aquellas paginas, poesía desbordante y hermosa donde el autor en cada una de ellas llenaba nuestra alma de una congoja de sentimientos profundos y sinceros. Así fue como empece yo mi pasión por la ciencia ficción, y en ello sigo, y de vez en cuando me da por escribir relatos que abordan este genero y que he he publicado varios de ellos en algunos de mi blogs, y aunque muchas veces en las cosas que he realizado en algunos momentos he querido pensar que he rozado el umbral de poesía que irradiaba el maestro Bradbury, aun sigo en el intento, su arte es irrepetible e imitarlo imposible, pero me gusta soñar así que sigo en la carrera persiguiendo ese sueño y conformándome con poder llegar a ser algún día por lo menos la mitad de bueno como lo pudo ser este gran maestro del genero.
Para todos aquellos que nunca lo han podido leer este sera mi regalo para estas navidades, espero que de verdad puedan disfrutarlo tanto como yo lo he hecho a lo largo de todos estos años, y solo les pido que por favor nunca dejen de soñar, uno nunca sabe -como le gustaba repetir al Sr Bodoni el protagonista de esta historia - cuando podremos llegar a abrazar un sueño. Por eso les digo, nunca hay que dejar de soñar.
Les dejo también el link de ese programa por si prefieren conocer el relato de esta manera:
Historias para no dormir (1966)TVE, Narciso Ibáñez Serrador, "El Cohete", basado en el cuento de Ray Bradbury
Y como no quería dejar de hacerlo, y como ha sido tradición para estas fechas desde que comencé a escribir en el blog y como humilde presente para mis fieles lectores, también he querido publicar un cuento de fantasía y ficción escrito expresamente para esta ocasión tan especial como lo es la celebración de las Navidades.
Espero les guste el cuento, lo he querido llamar:
Próximo
cohete: La Navidad
Cuando evoco mi
niñez como uno de los fundadores de la primera colonia científica en la fría y
nevada Europa, por aquellos días uno de prometedores y enigmáticos satélites del planeta Júpiter,
recuerdo la verdad que fue muy dura. Llegue allí con algo más de cuatro años y fui uno de
los primeros seres humanos que nació camino hacia el infinito, arrullado quizás
por nanas siderales y por coros de estrellas. En especial recuerdo mis primeros
cuatro años de vida en allí, aunque para mí fue una experiencia dura, no lo fue
tanto como para los mayores, entre los que se encontraban mis padres, siempre
ocupados en algo que hacer, en algo que terminar. Pues así pase aquellos
primeros años maravillado por tantas cosas nuevas y desconocidas que mi
infantil e incansable curiosidad me hacía ir descubriendo a cada instante sin
dejar algún lugar ni tiempo alguno para el aburrimiento y posando el universo -cual
cómplice silencioso- ante mi mirada infantil,
mil y una maravillas ocultas a los ojos de los demás, cosas que solamente con
los ojos de la infancia y de la inocencia llegamos a ver.
Europa, una gigantesca bola de nieve blanca y
reluciente de agua e hidrocarburos. Promesa de recursos utilizables y
explotable por el ser humano, y fuente de esperanza como una de las más grandes
candidatas con mayor número de posibilidades de encontrar vida animal en nuestro
pequeño universo conocido.
A eso se
dedicaban mis padres, ambos crio-biólogos que durante esos primeros y difíciles
años de nieves continuas, gélidas tormentas, y frío, mucho frío, buscaron
afanosamente todos los días la más mínima señal de ella, trabajo al que le
dedicaron todas sus mejores ánimos y energías
sin importarles estar aislados durante
incontables horas en aquellos incómodos y frágiles trajes, -última tecnología en
supervivencia que los mantenía atados a
la vida- cada vez que salían al duro
ambiente exterior y abandonaban la protección y amparo que proporcionaban las gruesas paredes de hielo, fibra de kevlar, carbono y poliuretano, que constituían las paredes de nuestras
particulares y pintorescas viviendas -modulares como todo lo empleado en el
espacio- y que constituían nuestro laboratorio, invernadero, cocina,
enfermería, taller, salones, depósitos y nuestras habitaciones, en fin todo
aquello a lo que cariñosamente y que con el paso de la soledad y los años
habíamos llegado a llamar nuestro hogar, la “Colonia”.
Una chispa de
vida que metro a metro de ininterrumpida perforación en aquellas kilométricas
capas de hielo que constituían la corteza del satélite, y que recubrían un océano de agua salada en la
que se pensaba podía albergarse la vida, la que persistía en mantenerse oculta,
en no dejarse mostrar todavía, con el temor que manifiestan todas las cosas nuevas por perder la inocencia y
tranquilidad de una existencia en un mundo que hasta la fecha había sido
solo para ella. Todos los adultos creían que había vida allí, en aquellas aguas
oscuras debajo del grueso hielo, “solo era cuestión de tiempo y suerte” repetía
siempre mi madre animosamente a mi padre cada vez que retornaba el taladro de
sondeo con muestras estériles y que no arrojaban alguna luz de esperanza, tiempo y suerte se repetía mientras me miraba
cariñosamente y me revolvía el pelo, mientras trabajaban analizando multitud de
ampollas llenas de aquel caldo oscuro y salado allí en la comodidad de la cálida
estancia que conformaba el laboratorio.
Después del
primer ciclo anual, uno de los animados geólogos polacos, el que siempre tenía
espacio para las bromas y con el que se podía tener una buena conversación sin
importar que fueras un niño, propuso que
le pusiéramos nombre a la colonia, así nos dijo nos identificaríamos más con
ella y la haríamos más nuestra, así que gracias a Andrzej a partir de ese
día, y gracias quizás a alguna de las
antiguas imágenes que conservaba de los
duros inviernos en su Polonia natal, que aquel lugar donde establecimos nuestra
colonia paso a llamarse “Hibernia”, nombre que rápidamente fue
aceptado por todos. Así se llamaría a partir de ese día nuestro nuevo hogar en Europa,
“Hibernia” el eterno reino de nieve y hielo.
Pocos meses después
de nuestra llegada nació Luigi, y algún tiempo después lo hicieron Martha,
Jhony y Sophie. Poco a poco nuestro
pequeño hogar en la blanca Hibernia comenzaba a hacerse más grande, nuevos
módulos habitables se iban sumando a los que ya existían. Con cada nacimiento
nuestra esperanza de éxito y supervivencia crecía, y lo mejor de todo para mí
era que iban llegando nuevos
compañeros con los que poder jugar y compartir muchas cosas, verán no
era muy agradable ser el único niño allí entre tantos adultos siempre ocupados
en sus cosas, y por sobre todo en aquel lugar del espacio tan lejos de
cualquier parte.
Como parte de
nuestro proceso de aprendizaje, y al ir creciendo los otros niños, poco a poco
v comenzaron a aparecer algunas antiguas tradiciones y costumbres humanas. Se creó
una especie de pequeña escuela en el interior de uno de los grandes
invernaderos de paneles traslucidos de resistente policarbonato. Allí aprendimos a leer y a tener nuestras
primeras incursiones con los números, la matemática y la ciencia, gracias a la
paciente labor de Marissa y Estela, psico-educadoras en los que recaía la
importante labor de educar a las nuevas generaciones que perpetuarían
el éxito de la colonia. Gracias a ellas pudimos conocer antiguos cuentos
y leyendas infantiles y fuimos instruidos -gracias al incansable afán de la
mayoría de los adultos que constituían para todos nosotros una gran familia- en algunas de las más importantes
tradiciones de las diferentes culturas
de la tierra, pero de entre todas ellas fue una sola la que destaco por sobre
las demás, y la que se anido fuertemente
en nuestro inocentes corazones. Esa fue
la hermosa y festiva tradición de la navidad y de todo lo que ella
representaba. Y para nosotros los niños lo
que más nos encantaba especialmente de ella, eran las hermosas y fantásticas
historias de la existencia de unos seres mágicos y todopoderosos -distintos
dependiendo de la región donde se celebrara la tradición- capaces de entregar de
manera mágica y asombrosa, regalos una vez al año a todos aquellos niños que
habían demostrado su buen comportamiento.
Estos personajes, dependiendo del lugar, podían tener diferentes nombres, formas y
orígenes. Siendo que en algunos lugares podía ser un anciano bonachón, en otras tres
mágicos reyes, mientras que en otros un
pequeño niño dios. Pero todas ellas tenían algo en común, todos aquellos
personajes parecían venir de algún tipo de lugar mágico y desconocido, donde
incansablemente y a lo largo de todo el año, todo un enorme ejército de
laboriosos, animosos y mágicos seres, trabajaban para dejar a punto todos los
regalos que ese día escogido, entregaría por todo el mundo y en una sola noche
a todos aquellos que se lo merecían, niños y adultos por igual. Todo aquello en
un lugar casi siempre escondido y lejano, tierra de nieve e invierno eterno, muy
parecido al lugar en donde nosotros vivíamos. Ya lo sé, eran tan solo leyendas,
pero nosotros éramos tan solo unos niños y gracias a aquellas historias
comenzamos también nosotros a soñar que quizás a algún día, ese ser llegaría
allí a Hibernia, para dejarnos nuestros
regalos, y que cuando llegara sabríamos que
ese día habría llegado la navidad.
Poco a poco todos
fuimos creciendo y yo comencé a
compartir mi tiempo en la escuela con la realización de pequeñas labores de
trabajo en los invernaderos. Me ocupaba
de revisar que nunca le faltara agua ni fertilizantes a nuestros cultivos, muy
importantes para todos en la colonia porque gracias a ello teníamos asegurada nuestra
existencia allí, y puedo decir con orgullo que a mis siete años me podía
considerar todo un experto en el cultivo de crucíferas, solanáceas,
amarilidáceas, maíz, arroz, trigo y algunos cítricos, hortalizas, que se habían podido adaptar de manera
exitosa gracias a los cuidados y a la tecnología, a aquellas condiciones tan especiales, “buena mano” lo llamaba mi padre, viéndolos a ellos como
dedicados biólogos e iniciados en los ancestrales secretos de la agricultura,
ya sabía de donde tenía de heredar las mañas y las hechuras en el manejo de
semillas, riegos y otras artes del campo. Con el tiempo también aprendimos a
criar pequeñas colonias de algunos animales de granja. Embriones debidamente
conservados para resistir las condiciones de tan arduo viaje pudieron
desarrollarse y fue así como en pocos años tuvimos entre nuestras filas a
gallinas, cerdos enanos, cabras, gansos y algunos enormes peces que eran
cuidados con mimo en enormes tanques llenos de agua dispuestos para tal fin. Europa
influía de alguna manera misteriosa y que aún no habíamos podido comprender en la fisiología de las
especies acuáticas. Allí todos los peces llegaban a tener un tamaño enorme, recuerdo especialmente una de las pequeñas
truchas con los años llego a tener el tamaño de lo que los adultos llamaban un
pequeño tiburón, “El gran glotón” le dieron por nombre. Y gracias también a los
adelantos técnicos y al trabajo del equipo de los genetistas, llegamos a tener
media decena de buenos y cariñosos perros de raza Husky y algunos gatos de amarillo y grueso pelaje.
Durante esa
parte de nuestra infancia, y hasta no tener el tamaño necesario para ponernos
nuestro primer traje espacial y así poder salir al exterior, tuvimos que pasar
aquellos días jugando y haciendo todo un
sinfín de actividades bajo el abrazo de confort y seguridad que nos
proporcionaban los gruesos muros de nuestras cada vez más, numerosas edificaciones.
Fue así como a través de las trasparentes ventanas de policarbonato veíamos a
nuestro padres más allá de los límites de la colonia, entretenidos en mil y una
tareas, y podíamos ver todo aquella enormidad de aquel majestuoso paisaje eternamente nevado, y mecido por
constantes y gélidas ventiscas, abonando en nuestra mentes infantiles cada uno de aquellos lejanos rincones de
sombra y luz, la idea de que allá afuera, en cualquier lugar podía estar escondido
aquel bondadoso, gordo y bardado personaje, infundado en un particular y
llamativo traje rojo, fabricando regalos y juguetes para nosotros, esperando
tan solo que llegara ese día especial, el día de navidad para entonces venir
volando quizás en algún hermoso y mágico cohete desde ese lugar desconocido,
para dejarnos mientras dormimos aquellos regalos junto a nuestras camas. Y así
entre clases trabajos y juegos nosotros cada día nos íbamos a nuestras camas y
al acostarnos cerrábamos nuestros ojos pero no para dormir, lo hacíamos para
poder soñar con que para nosotros también algún día ese día llegaría, y para
nosotros ese día seria navidad.
Cuando cumplí
ocho años y medio había crecido mucho -quizás efecto de la gravedad en aquel
lugar- y tuve el tamaño suficiente para
ponerme mi primer traje espacial y poder salir al exterior. Aún recuerdo ese
día, yo dando mis primeros pasos de la manos de mis padres, la sensación sorda
que producía el pisar aquella nieve silenciosa bajo la gruesa suela de mis
botas, el poder correr y tirarme resbalando sobre aquella escurridiza y blanca
superficie. Los grandes copos de nieve cayendo sobre mis casco y la sensación
que producía la visión de aquella nítida,
prístina e impoluta atmósfera, donde a
veces en aquellos días en los que no había ventiscas, se podía ver a lo largo
de kilómetros infinitos de aquel congelado y mágico paisaje de nieves
eternamente blancas, en los que se podía ver en algunas zonas dispersas al azar,
curiosas manchas de variados colores, amarillas, azules, ocres, verdes y una gran cantidad de ellas en diferentes
variaciones del rojo, todas ellas de brillos cristalinos y metálicos, que según
la época del año le conferían al lugar la sensación de una geografía móvil, de
un paisaje que se iba desplazando para consuelo y deleite de nuestros
infantiles ojos, y para aumentar la sensación de lugar mágico y privilegiado, iluminados por el espectacular brillo de la
inmensa cantidad de micro satélites que orbitaban Júpiter al reflejar sobre
ellos la incipiente luz del Sol, una parpadeante y lejana estrella que ocupaba
apenas un pequeño punto de un oscuro horizonte cuajado de infinitos puntos de
luz, y todo aquello aderezado por la fantasmal luz de alguna de las numerosísimas auroras que se
sucedían en la tenue atmósfera de Europa, haciendo de Hibernia un lugar
verdaderamente único y especial.
Al poco tiempo
y al comprobar mis padres y otros miembros del equipo que podía encargarme de
pequeñas tareas sin su supervisión, en
mis ratos libres, que realmente eran pocos, mis padres me enseñaron a revisar y ocuparme del mantenimiento -el que realmente era poco ya que todo se hacía
de forma automática- de una pequeña estación de transmisión y recepción de
datos, cuya singular antena, a modo de paraguas enfocaba siempre automáticamente
hacia un distante punto del infinito espacio oscuro, La Tierra nuestro antiguo hogar, como lo
llamaba mi padre, el lugar de donde habíamos venido.
En aquella época nosotros no lo sabíamos pero
en la colonia, en Hibernia, nuestra rutina empezó a cambiar, las cosas no
estaban del todo bien, comenzaban a escasear suministros importantes y vitales
para el mantenimiento de la colonia, y nuestros padres y los demás adultos
comenzaron a preocupase por nuestra supervivencia, fue la época que recordamos
como “El gran racionamiento”, donde todo tuvo que racionarse. En teoría cada
dos años debería llegar un nuevo cohete con suministros, repuestos y nuevos
colonos, pero después del tercer cohete, estos dejaron de llegar. Coincidió este
periodo de escases con la tiempo en que comenzaron
a hablarnos de aquellas leyendas, quizás fruto de su secreto anhelo de que
ocurriera la tan esperada llegada del siguiente cohete, a la espera de que
ocurriese el tan esperadísimo milagro.
Las razones en
aquel entonces nunca estuvieron muy claras, quizás la respuesta más lógica la
tenían algunos de los astrónomos, según mediciones de las dispersas partículas energéticas que llegaban a la
superficie de Europa a través del viento solar, pudieron darse cuenta de que
algo había desencadenado una actividad inusual en la actividad solar y quizás
gigantescas tormentas electromagnéticas habían cortado todas las comunicaciones
en ambos sentidos, otros quizás los más agoreros, intuían algún gran desastre ecológico
o peor aun alguna gran guerra de proporciones mundiales, desafortunadamente
para nosotros las comunicaciones nunca llegaron.
Todos los días
mientras me ocupaba de la rutina de comprobar el estado de la estación,
chequeando si alguno de los sensores indicaban la llegada de algún mensaje,
pero no había suerte, solo podía encontrar luces rojas
en todas aquellas sencillas consolas. Revisaba con mis pequeñas manos buscando en mi
inocencia algún cable suelto a alguna tuerca floja, pero nada, sencillamente
nadie nos llamaba desde casa. Así que sin
más nada que hacer, me sentaba sobre una pequeña loma y me quedaba allí
mirando aquel horizonte a veces tornasolado por el efecto de las auroras explorando con mis pequeños ojos el espacio oscuro
de más allá del horizonte. Imaginándome
y soñando que quizás alguno de los titubeantes destellos de aquellas estrellas
distantes podría ser tal vez la lejana estela de ese cohete mágico en el que nuestro esperado personaje, y al que le habíamos puesto un nombre: “Santa” llegaba
al fin. Pero nada, una y otra vez durante y a lo largo de interminables jornadas
durante mis guardias en aquella estación de transmisión, nunca llegue a ver una
sola de las tan esperadas luces verdes.
El tiempo
seguía avanzando y aunque en Europa corría mucho más lento que en la Tierra, aquí los años eran mucho más largos. Así
pasaron los meses y llego el día de mi cumpleaños número nueve. Allí en medio del gran salón, recuerdo haber
celebrado mi fiesta con una gran torta de zanahorias hecha al completo con los alimentos
cosechados en casa, incluido el chocolate, un derivado sintético por supuesto, pero muy, muy sabroso. Lo pasamos muy bien ese día, aparte
de todos los niños que con la llegada de los gemelos Phillipe y Marceu, ya sumábamos
13, los adultos también estaban allí, por
lo que para aquella celebración nos encontrábamos todos reunidos. Una de las
nuevas costumbres que había nacido en Hibernia era que cada vez que había un
cumpleaños nos reuníamos todos y dejábamos a los pocos robots que teníamos que se encargaran de todas las tareas, la
colonia estaba bien mantenida por lo que los trabajos siempre eran pocos. Ese día
desafortunadamente no se encontraban todos, mi padre y otros miembros del grupo estaban enfermos, llevaban varias
semanas así y aunque los adultos no nos decían nada por no preocuparnos, se podía traducir en la mirada que me dirigía mi
madre cuando hablábamos del tema, la preocupación que ella sentía. En el mundo
de los adultos se podía palpar la preocupación y la tensión que iban creciendo
silenciosamente día a día. Nadie lo decía pero era ya una verdad que no
necesitaba anteojos, todos comenzábamos a vernos delgados. Cada día estábamos más flacos, nuestros
suministros alimenticios ya no eran suficientes, necesitábamos vitaminas y
otras medicinas, y también fertilizantes, poco a poco las cosechas comenzaban a
rendir menos frutos volviéndose ser más escasas. Nadie lo decía, pero todo el
mundo desde el fondo de su corazón fuera creyente o no, deseaba se produjera
ese milagro y llegara de una vez el tan esperadísimo cohete de suministros.
Ese día al
terminar la fiesta me fui a nuestra habitación y me senté en la cama al lado de
mi padre. Me preocupaba verlo así tan enfermo, tan débil, pero él nunca me mostraba
lo mal que podría sentirse y siempre procuraba sacar fuerzas de donde fuera
para poder hablar conmigo. Me pregunto –recuerdo- cómo había estado la fiesta,
quienes habían ido, que me habían regalado, en fin todas aquellas cosas que se le
preguntan a un niño en un cumpleaños, y después de algunos momentos dedicados
en proporcionar todas esas respuestas , le volví a preguntar aquello que tanto para mí
como para los otros niños se había vuelto ya una obsesión.
–Papá, dime
por favor cuando va a llegar la navidad- le pregunte más como una súplica que
como una pregunta.
Y él me respondió
como tantas otras veces, con una voz bastante cansada pero sin perder su
sonrisa:
-Tranquilo
hijo cada vez queda menos, no se decirte el día exacto, ya que eso nadie lo
sabe, pero lo único que si puedo decirte es que el día en que veas llegar al cohete, te puedo asegurar entonces
que ese día será navidad- me decía mientras me revolvía el pelo con una de sus
manos y volviendo a apoyar su cabeza en la almohada me decía:
-Anda ahora
déjame solo un rato que me gustaría descansar y dile por favor a mamá que
entre, y empujándome con sus enormes brazos hacia la puerta me decía: -venga ve
a decírselo a tus amiguitos que ya falta poco para que llegue ese día- y yo
tras llamar a mi madre, me iba raudo y veloz a compartir la noticia con los
otros chicos.
Así fueron transcurrieron
algunas semanas sin señales visibles de la recuperación de la salud por parte
de mis padre y de los otros adultos enfermos, y como una rutina impuesta por las
necesidades, cada tres o cuatro días se repetía la misma escena y yo volvía a
ser el portador de aquella especie de buena nueva fabulada y la que mis
compañeros una y otra vez recibían esperanzados para que durante la noche de
aquel día y mientras ellos y yo dormíamos, poder soñar con que quizás mañana podría ser navidad.
El tiempo
pasaba y el estado de mi padre seguía empeorando, y mi madre cada vez lucia más
preocupada. Sucedió uno de esos días que uno de los miembros del equipo de ingenieros
desapareció, no lo volvimos a ver más, nos dijeron que se había ido a pasear a
ver si encontraba el hogar de “Santa” y podía revisarle el cohete, a lo mejor
estaba estropeado y él lo podía arreglar para que terminara de llegar y trajera regalos para todos inclusive para los
adultos también. Nada más falso que
aquello, años más tarde me entere que había muerto víctima de una infección, el
pobre no pudo aguantar más la mal nutrición que comenzaba a asolarnos y la
falta de algunas medicinas básicas. Su cuerpo sería el primero de un pequeño
grupo de fallecidos a causa la enfermedad, que de manera silenciosa y secreta,
siempre manteniendo el suceso oculto de nuestras miradas, estaba enterrado en uno de
los numerosos y profundos pozos de sondeos de las primeras perforaciones.
Conforme
pasaban los días cada vez me preocupaba más por mi padre. Todas las noches al
acostarme pedía por él, para que se recuperara y para que “Santa” nos trajera las medicinas
que tanto necesitaban el y las otras personas que estaban enfermas.
Así fue
transcurriendo el tiempo sin que el estado de mi padre mejorase, lo veía muy
deteriorado y comenzaba a pensar que quizás no podría curarse nunca, y aquello
me desanimaba mucho. Recuerdo que uno de
esos tristes días, cuando la desilusión comenzaba a minar el corazón y las
ilusiones de todos los que vivíamos en Hibernia, y cuando ya tarde me disponía
a regresar de mi ronda de vigilancia y mantenimiento en la estación, me pareció
escuchar un ruido, cosa difícil a través del caso, pero la verdad era que me había parecido oír algo
parecido como un sonido metálico y repetido como de piezas de metal que se
golpearan entre ellas, como un repiqueteo de campanas, pero como digo fue algo
muy fugaz, cuando trate de prestar atención para ver de dónde venía, ya había
desaparecido. Decidí regresar sobre mis
pasos y volver a la estación siguiendo en sentido contrario mis propias huellas
en la nieve, pero cuando llegue y volví a revisar las luces de las consolas, mi
ilusión desapareció, todas las luces eran rojas. Lo único que había allí que podía
ver aparte de la antena y de las heladas consolas, eran aquellos muñecos que
nieve que visita a visita había estado haciendo para no sentirme solo y que
ahora como una pequeña banda silenciosa parecían otear por mí el horizonte en
espera de que pasara el cohete, de que ocurriera
el milagro. Me quede entonces esperando allí, aguardando por si volvía a oír
aquello, pero después de esperar un tiempo prudencial y luego de volver a
revisar y comprobar que no había cambio alguno en las luces de las consolas decidí
emprender nuevamente el camino y regresar a la colonia, me había demorado mucho
tiempo y probablemente mis padres estarían preocupados.
Cuando iba a
medio camino, a mis espaldas comenzó a
soplar una fuerte y fría ventisca, y entre
las ráfagas pude sentir como si el viento trajera entre sus entrañas, un susurro que parecía cabalgar en él. Agucé los sentidos y me
pareció volver a oír aunque tan solo por un pequeño instante aquel animado repiqueteo de campanas y cascabeles, y
también otro sonido, algo como una especie de profundo murmullo como un leve
murmullo y que me pareció reconocer
como alguna especie de alegre y bondadosa risa, pero como había
ocurrido antes, aquellos sonidos lejanos duraron tan solo un pequeñísimo
instante para volver a desaparecer, así que luego de voltear y mirar en todas
direcciones sin poder encontrar nada fuera de lo común, volvía a emprender mi camino
de regreso a la colonia, se había hecho ya bastante tarde.
Esa noche después
de comer y conversar con mis amiguitos, pude ver miradas de tristeza en algunos
de ellos, miradas que se iban acumulando y repitiendo día a día, así que
aquella noche acongojado por su pena me propuse algo que nunca había hecho
antes, decidí mentirles. Yo también estaba
cansado por tanta espera y para ser verdad ya me daba igual, ya no importaría lo haría y así por lo menos esa noche serían felices
y al acostarse podrían durante lo que durara su sueño, volver a soñar con todos
los regalos que “Santa” les traería ese día, les dije entonces que se fueran a
dormir, que allá afuera mientras me
encontraba en la estación de transmisión, había podido ver a lo lejos en el
horizonte, la estela de luz que iba dejando un cohete a su paso y que
probablemente sería él y que mañana si todo salía bien “Santa” ya estaría aquí.
Me sentí culpable por ello, muy culpable en realidad por haberles mentido, sentía
un nudo en la garganta y el peso de una piedra en el corazón, pero me dije que
mañana seria otro día y ya vería como salir del problema, hoy por lo menos
todos dormirían felices.
Así que
después de aquello me fui yo también a nuestra habitación y después de
cambiarme y despedirme de mis padres y decirles el hasta mañana, me metí en la
cama y decidí dormir esa noche mirando a
través de la ventana, vigilando,
esperando la llegada de un
milagro hasta que poco a poco mis ojos cansados de mirar tantas estrellas iba cerrándose
por el cansancio y sin darme cuenta me
quedaba yo también profundamente dormido.
Esa noche soñé
y tuve un sueño especial. Me parecía soñar que oía música, risas y el sonido de
campanas y cascabeles, me encontraba solo en una enorme estancia toda llena de
cajas de mil colores, luces brillantes y cantidades enormes de juguetes, los
que semejaban enormes montañas, y de repente comenzaba a subir uno de aquellos enormes
montones que como una gigantesca montaña
parecía desafiarme a que lo hiciera, y de pronto cuando después de mucho esfuerzo
y cuando estaba a punto de llegar a la punta para alcanzar aquel juguete que
tanto había llamado mi atención, un estilizado y rojo y plata cohete, que me
resbalaba y comenzaba a caer velozmente de aquella montaña.
De pronto
sentí un sobresalto y abrí los ojos sobresaltados y descubrí a mi madre y a mi
padre que con lágrimas en los ojos me sacudían y me decían que mirara por la
ventana, me restregué los ojos y descubrí asombrado la enorme claridad que
procedía del exterior y que inundaba toda la habitación, me arme de valor y decidí
mirar por la ventana para ver qué es lo que estaba pasando afuera, así que me
alce y apoye las manos en el marco de aluminio que estaba frío y liso al tacto,
para
mirar mejor y de pronto al hacerlo, no podía creer lo que estaba
ocurriendo.
Allí afuera y en el área dedicada para el aterrizaje y aparcado de los vehículos, aquel torrente de luz enceguecedora y la niebla que lo llenaba todo producida por el vapor del hielo al derretirse por una gigantesca llamarada no podía significar sino una sola cosa, el cohete, aquel cohete que durante tantos años habíamos estado esperando por fin había llegado, no lo podía creer, el espectáculo y el estruendo de su llegada era mucho mayor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar, después de tanto tiempo de espera por fin nuestro sueño se había hecho realidad.
Allí afuera y en el área dedicada para el aterrizaje y aparcado de los vehículos, aquel torrente de luz enceguecedora y la niebla que lo llenaba todo producida por el vapor del hielo al derretirse por una gigantesca llamarada no podía significar sino una sola cosa, el cohete, aquel cohete que durante tantos años habíamos estado esperando por fin había llegado, no lo podía creer, el espectáculo y el estruendo de su llegada era mucho mayor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar, después de tanto tiempo de espera por fin nuestro sueño se había hecho realidad.
Entre aquel
estruendo y la algarabía de alegría de todos los miembros de la colonia aún
recuerdo a mi padre que aunque enfermo y cansado estaba abrazándome fuertemente
y entre lágrimas y risas de alegría y emoción me decía fuertemente una y otra
vez al oído:
¡Feliz Navidad hijo mío, Feliz Navidad. !
Así es el recuerdo que yo tengo de aquel día tan especial. Grande, hermoso e imborrable como el de las cosas escritas a fuego en el alma, en el corazón, un recuerdo que durara para siempre, el de aquel especial día en que nosotros en nuestra lejana colonia de Hibernia y teniendo como telón de fondo el colorido y enorme contorno del planeta Júpiter, pudimos disfrutar realmente de nuestra primera navidad.
Muchas cosas
han cambiado desde entonces. Pero desde aquel día y en memoria de aquella falsa
promesa de esperanzas que les di a mis pequeños compañeros en una noche de
desesperanza, me jure que mantendría viva aquella tradición en la colonia y lo
he cumplido, después de todo este tiempo
pasado y junto a la ayuda de otros entusiastas voluntarios esta se sigue
manteniendo desde aquel día, sigue viva
y regresa cada año por estas fechas para gracia y alegría de las nuevas
generaciones de cada año aumentan para felicidad de propios y extraños el número
de miembros de nuestra prospera y gran colonia en aquel frío mundo, en nuestro
nuevo hogar: “Hibernia”.
Con el tiempo
las cosas volvieron a la normalidad y entre muchas cosas interesantes que sucedieron,
al final después de muchos años de arduo
trabajo mis padres encontraron aquello por lo que habían venido a Europa, encontraron
vida, y descubrimos con una agradable sorpresa que no estábamos solos después
de todo en aquel lejano mundo.
Disculpen por
la emoción del momento había olvidado presentarme, pues bien mi nombre es Klaus
y desde hace mucho, mucho tiempo yo soy la Navidad.
¡Feliz navidad
a todos!
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Amigos
Mis mejores deseos para todos en estas fiestas navideñas.
¡FELIZ NAVIDAD!
Hasta una próxima entrada.
Cuídense