lunes, 7 de agosto de 2017

20 Mpx(Saved Memories)

Hola  amigos.
Nos encontramos otra vez a mediados del verano, un verano que se ha esforzado por hacernos sentir sus inclemencias debido a las muy altas temperaturas estivales que se han hecho sentir por estas latitudes, definitivamente lo del cambio climático no es broma, la verdad es que cada año parece haber más calor en verano, no se si sera mi apreciación pero creo de sobra los datos aportados por cualquier estadística de los reporteros del tiempo cada día en el telediario así lo evidencian.Ha pasado algo de tiempo desde la ultima entrada al blog. Bueno en resumen, a principios de año decidí iniciar unos procesos formativos orientados a la Creación y Publicación de paginas web que al final ha implicado más esfuerzo que el previsto, adicional al caso la continuación de otro proceso formativo así como mi contratación en el ilustre cuerpo de carteros de Correos y telégrafos de España - a que suena bien-, que todos estos factores al final han mermado un poco concentración y motivación a la hora de comunicarme a través del espacio de mi blog, aunque siempre he ido escribiendo algunas cosas guardándolas en borradores para cuando llegue la ocasión de publicarlas, y hoy amigos creo es uno de esos momentos.
Esta historia la tenia desde hace mucho tiempo sin acabar en alguno de mis cajones, gracias al verano he podido ponerme otra vez manos a la obra y poder terminarla, confieso me ha sido difícil pes en el proceso he tenido que navegar mucho a través de los recuerdos  e inspirándome -con una  rara sensación a Deja Vú- en algunos relatos leídos hace ya mucho tiempo.
Realismo mágico, toques de fantasía y algunas cosas más es lo que encontraran en el donde he tratado de idealizar una postal irreal y mágica de tierras tropicales y algo desconocidas sirviéndome de inspiración ese gran país que se llama "Venezuela".
Espero les guste.


20 Mpx(Saved Memories)

“A ver si esta vez el destino no se confabula en mi contra y puedo terminar de escribir esta historia que he comenzado tantas veces pero que nunca he podido terminar, siempre me han faltado las palabras adecuadas y el momento oportuno para hacerlo, espero que este finalmente haya llegado”.

Siempre, sin importar el instante temporal en el que nos encontremos, existirán ciertos placeres susceptibles de su disfrute bien sea desde la cotidianidad del día a día, o más bien desde la más protegida y velada de nuestras intimidades. Por ejemplo, ya que hablamos de placeres cotidianos y domésticos, hay algunos de ellos que tienen su especial espacio en nuestros recuerdos y forman de manera indeleble parte de nuestra forma de ser y de la esencia de nosotros mismos. Entre estos podríamos destacar algunos de estos placeres por lo general y en contra de toda regla, placeres bastante sencillos, básicos, muy básicos en realidad. uno de ellos lo defino como el placer de estar, si el de sencillamente estar a oscuras en una sala de cine, durante esos breves y efímeros instantes antes de que la magia tenga lugar justo cuando la música de una  emotiva orquesta y los deslumbrantes títulos ocupando la enorme pantalla anuncian la entrada por la puerta grande, a través de dos de nuestros más desarrollados sentidos, a ese mundo, etéreo e inexistente, pero tan real aunque sea solo por brevísimos instantes, un mundo colorido de emociones y entretenimientos; o la agradable sensación al despertarnos envuelta en intangibles fragancias que inunda cada célula de nuestro paladar y las zonas más sensibles de nuestra lengua al oler el indescriptible y embrujador aroma que acude a nosotros y  que se escapan irresistibles de una taza de  café recién hecho; o algo que parece más perdido a su recuerdo entre la gente de cierta edad como lo es la agradable e inigualable sensación y olor que se desprende de las páginas de papel de un libro cuando lo manoseamos, placer que nunca podrán reemplazar ni las más sofisticadas tablets o los más imaginativos e-books jamás creados; y para aquellos espíritus libres nada como el relajante e hipnótico placer que despiertan los viajes, en especial para mí, los que me inspiran el viajar en coche por grandes autopistas y en especial por aquellas vastas y solitarias carreteras perdidas entre mapas y olvidadas geografías, y siendo más específicos, particularmente todo lo previo que implica cada viaje como por ejemplo la preparación cuidadosa de un equipaje donde siempre se olvida algo, la inquietud y prisa lenta por vestirnos cuando siempre estamos apurados y siempre sentimos que vamos atrasados para nuestra aventura; la preparación del coche, el chequeo de fluidos, presiones y niveles de líquidos antes de meterlo todo en el maleta y de un portazo comenzar entre una felicidad imposible de explicar, ese viaje, nuestro viaje soñado. La suma de todas esas pequeñas cosas son las que hacen que bien valgan todos los esfuerzos que ponemos por alcanzar esa felicidad mezcla del inconfundible olor del asfalto, la gasolina y  aroma a caucho quemado que brotan de los neumáticos recalentados tras agotadoras horas de un inolvidable viaje.

Todo esto y más es lo que llegamos a sentir antes de cada uno de nuestro viajes, en esa ocasión nuestras emociones y expectativas nos llevan a emprender un largo viaje por un sinfín de carreteras olvidadas y perdidas a las miradas humanas, dentro de grandes extensiones solitarias de tierras color ladrillo y extensas masa de un verde tropical oscuro e impoluto, al noreste de Venezuela, en nuestra vía hacia aquel pueblo antiguo, autentico y totalmente  desconocido para la gran mayoría, como lo es El Saladar de Macuro.

Hoy se cumplen cinco años de aquel único viaje a aquel pueblo de gente morena, amable y "muy particular", así como aquel impagable regalo para los sentidos como lo es una enorme inmensidad de montaña, selva y mar verdaderamente únicas, irrepetibles y que parece envolverlo todo, protegiendo a ese desconocido pueblo del mundo materialista y moderno que se desarrolla a su alrededor desde la distancia.

Saladar de Macuro es un pequeño, pequeñísimo pueblo costero del oriente venezolano, situado muy hacia el este del famoso y olvidado Macuro, primera tierra genuinamente continental que piso Colon en su tercer viaje en 1498. Para llegar a el - y como descubrimos penosamente- hay que realizar un pesadísimo viaje desde la capital, Caracas, a través de autopistas, carreteras rurales , estrechos senderos y después por vía marítima, ya que desde hace más de quinientos años estos pueblos han quedado aislados de la civilización ni siquiera siendo ollados en su intimidad por las modernas telecomunicaciones, y donde desde el refugio de montañas sin nombre y playas aún por descubrir, sus humildes habitantes viven sus tranquilas y anónimas vidas apartadas en aquellas especie de limbo a temporal de toda noticia procedente del exterior. Aparte del pequeño pueblo de Macuro situado a casi hora y media de travesía por aguas bravas, el punto civilizado más cercano se encuentra en la ciudad de Pto. Güiria únicamente accesible a través de una larga travesía por mar de algunas horas a bordo de un destartalado ferry hasta Macuro, y más allá de sus fronteras, allende la desembocadura de las Bocas de Dragón, el pequeño puerto de Chacachadare y Las Chagüaramas en la cercana isla de Trinidad.

Por eso he querido escribirlo desde la distancia protectora de los años y antes que el manto del olvido cubra totalmente los pocos recuerdos que aún conservo de aquel viaje, y aunque yo lleve la voz cantante a través de todo el relato, no solo hablare en mi nombre sino que también lo haré en nombre de mis compañeros de aquella aventura, el loco Fabio, el locuaz italiano mezcla de hippie y erudito de las letras y de los elocuentes guiones, y de la rubia Agnetha, la sueca y una de las mejores cámaras que he podido tener alguna vez en un equipo de filmación. En teoría sería un viaje cansado pero rápido, dos o tres semanas a lo sumo. La productora para la que trabajábamos y donde realizábamos la filmación de algunas escenas para la temporada final de la exitosa serie de fantasía épica llamada "Cruces y Espadas". En resumen, nuestro negocio era el cine e íbamos allí a eso, a hacer cine, buen cine, ya que entre la filmación de las escenas queríamos hacer por cuenta propia un pequeño corto de tipo documental, para hacer público y sacar del desconocimiento en el que se encontraban sumergidos aquellos olvidados pueblos.

La verdad es que yo nunca había oído hablar del Saladar de Macuro, y por lo que recuerdo solo Fabio había estado cerca de él, sucedió hace ya algunos años atrás cuando trabajaba como guionista y escritor para un equipo de documentalistas de la vida salvaje de  la National Geographic, así fue durante una breve parada técnica de algunas horas en las asoleada playa de Macuro, allí paseándose en la playa junto a algunas antiguas barcazas de pescadores descansaban a la espera de mejores horas fue como se fue enterando al conversar con algunos viejos pescadores, sobre aquel pueblo distante, desconocido y por sobre todo, muy escondido llamado El Saladar de Macuro. Así pudo enterarse gracias a las conversaciones con aquellos viejos hombres de mar, y especialmente a la prosa hipnótica y pausada de  aquel extraño personaje llamado Melquiades -especie de Matusalén tropical-  que a través de esos vagos y oscuros recuerdos sacados duramente a punta de tragos de alcohol de caña, de aquella memoria reseca de tanto sol y soledad, y por supuesto gracias a la generosa propina de unos cuantos billetes verdes que ayudaban a que fluyeran mejor las cosas, fue como se enteró a través de sus palabras y de algunas viejas fotos bastante descoloridas, de aquella pequeña joya desconocida totalmente ignorado por el dominio de la geografía, y donde ningún mapa o atlas había inscrito su nombre en alguno de los minúsculos puntos que conforman nuestro mundo. Así Fabio supo de las extraordinarias playas vírgenes que conformaban sus límites; de sus inexplorados manglares y sus antiguamente muy apreciadas salinas a las que las crónicas antiguas les atribuían extraordinarias propiedades curativas; de su fama de pueblo solitario muchas veces refundado para rescatarlo del olvido, y que a principios de siglo durante la parte más dura de las guerras federales que asolaron  aquel país, fue cuna de un rudimentario sanatorio para enfermedades pulmonares, hoy ya en completo abandono y bajo el indolente manto verde de la selva. Supo también de sus pocas empedradas calles, blancas como la cal que permanecían solitarias bajo la inclemencia de un sol de justicia propio de aquellas latitudes. A través de esas pocas fotografías, donde había captado además de impresionante belleza de las montañas y los alrededores, había también capturado a alguno de sus tímidos habitantes, cuyas distantes figuras aparecían enmarcadas en aquellas viejas fotos como borrosas sombras imprecisas dándole un particular toque de misterio impreciso a cada una de esas antiguas instantáneas. Y también aparecía reflejada la prístina claridad lechosa que parecían irradiar aquellas intemporales casas. Al final pudo hacerse con un heterogéneo conjunto aquellas instantáneas, las que guardo durante años como un invalorable tesoro sobre aquella escondida perla de la geografía venezolana. Algún recuerdo quizás de aquella breve estancia por sus alrededores, o la visión repetida de aquellas gastadas fotos, es difícil saber a ciencia cierta cuál fue realmente el detonante preciso,  pero lo cierto fue que con el paso de los años aquel misterioso pueblo fue ganado lugar entre sus prioridades y obsesiones, hasta sabiendo negociar y considerando que había llegado la ocasión apropiada, poder concretar con la empresa el poder aprovechar la prístina hermosura de aquella naturaleza desconocida e intemporal, y poder filmar las últimas escenas para la serie allí, lo que a la productora le representaría un completo éxito fílmico y podría hacerse con la exclusiva para volver a filmar allí. Con respecto a Agnetha, ella no conocía el país y como yo apenas sabía a dónde íbamos.

Desde la Capital del país fueron casi unos dos días de viaje por tierra hasta poder llegar a Pto. Güiria y de allí a Macuro, y otra vez desde allí, conseguimos que un viejo pescador algo necesitado de dinero y no tan reacio como los demás a emprender la travesía, nos llevara en una de aquellas largas lanchas, un enorme peñero rojo y amarillo "Nuestra Señora del Mar", en un viaje de casi hora y media por embravecidas aguas nos llevó finalmente a nuestro destino, la impresionante y escondida bahía donde descansaba entre sus blancas orillas, aquel pintoresco pueblo: El Saladar de Macuro. Aquel anciano nos dejó lo más cercano que pudo de las orillas del pequeño malecón del pueblo, no quiso acercarse más, en ese momento no sabíamos si por miedo a las fuertes corrientes que solo permitían la navegación hacia el pueblo durante algunos escasos días del año, -y lo que evidentemente había ayudado a la soledad de aquel lugar-, o quizás se debía a algo más ignorado para nosotros. Así que despidiéndonos de aquel pescador y que emprendió rápidamente su partida - o casi fuga-, empapados de roscio y mar, cansados, pero sobre todo ansiosos por llegar, nos pusimos a caminar a través de aquella solitaria y hermosa playa de finísimas arenas blancas y frondosas y enormes palmeras, para al cabo de media hora divisar desde el rudimentario y escaso malecón la figura de las primeras casas.

Como ocurre siempre, al llegar nos dimos cuenta que las cosas a veces nunca coinciden con las imágenes previas que nos habíamos formado del lugar, verdad esta tantas veces repetida, que al final uno se avergüenza de repetir otra vez aquí, pero sin embargo, a veces vale el ceder ante la tentación del lugar común antes de dejar de transmitir lo que es una verdad psicológica profunda, sólida y verdadera. Pues sí, pocos choques son tan permanentes como este que nos da la realidad, cuando con súbita inmediatez, aparece y nos borra en un abrir y cerrar de ojos, las imágenes mentales que durante tanto tiempo habíamos guardado en nuestra memoria. El Saladar de Macuro, como sucede con todas cuando lo contemplamos por primera vez, podía ser de lo más inesperado. Aquellas horas de la mañana, sumergidas en un estío eterno de luces y sombras, parecían no ceder en otorgar demasiadas concesiones, por lo que, borrachas de sol, hambrientas de gentes, las blanquecinas calles empedradas permanecían desiertas. Tan solo en algunas de las pocas esquinas que conformaban la típica cuadratura de sus calles, niños corriendo se dejaban ver mientras temerosos se escondían de nuestras miradas. Observándonos desde el interior de la puerta de algunas casas, algunas mujeres, tímidamente al principio, nos saludaban al rítmico meneo de manos y caderas, la gran mayoría de ellas, señoras un poco entradas en kilos, mostrando desde las sombras algunos hermosos contornos de sus gruesas anatomías.

Más allá de las mujeres, podíamos ver a algunas niñas de bronceada y tostada piel. Y durante aquellos primeros instantes ya nuestro ojo profesional, nuestra mirada cinematográfica, comenzaba a funcionar encuadrando planos y realizando múltiples enfoques. En realidad, no veíamos las casas, nosotros veíamos encuadres, las tomas de las casas. Con un inconsciente tino, adquirido a través de años de experiencia, nosotros no veíamos las caras de aquellas gentes, nuestra mirada solo se fijaba sobre aquellas que tenían ese algo que las hacia diferentes del resto, sobre aquellas que eran filmables, que eran cinematográficas. En el profesional de la imagen siempre se da una especie de ansia, alguna especie de raro sadismo, en el que el ojo experto del profesional escoge a su víctima, la fulmina con la mirada, explorándola y penetrándola, queriendo asimilarla, hacerla suya.
Mucho se dice que tanto en el fotógrafo como en el cineasta habita, mucho más que en quien pinta, dibuja o escribe, mucho más inclusive que en el fanático de cualquier arte, un auténtico espíritu inquisidor y discriminatorio; ellos tan solo se limitan a ver y luego a continuación cortan, desechan y reducen esa especie de instante congelado robado a la realidad. Eso es lo que ellos quieren, atrapar ese instante fugaz de la realidad y meterlo en ya sea en rollos de celuloide o bien dentro de un Blu-Ray o en tarjetas SD, y robarlo para la posteridad.  Y aunque pudiera parecer lo mismo, en la pintura es distinto porque el pintor puede modificar esa realidad robada a su antojo para crear otra cosa. El problema para los profesionales del séptimo arte es como hacer de esa realidad que graba en la película - la que se ve desde afuera- como hacer de ella, transformándola efectivamente en otra, más acorde a lo que quiere plasmar y contar a través de las imágenes, pero con ese innegable toque mágico y personal que la hace diferente, única y particular.

Pero volviendo al curso de nuestra historia, nos pusimos a andar entre aquellas calles, y sin darnos cuenta le dimos la vuelta al pueblo, el que no tendría más de doscientos o trescientos habitantes en el mejor de los casos. Por la aptitud de los parroquianos, deducimos que allí las visitas no serían muy frecuentes, así que a cada paso que dábamos entre las blanquecinas calles, los que nos contemplaban nos miraban quizás como si vieran a algunos extraterrestres que hubieran recién aterrizado en su pueblo o probablemente algo más inaudito y extraordinario que no hubieran visto jamás. Después de caminar un buen rato, nos encontramos una casa de dos plantas un poco más grande que las demás, y descubrimos con asombro que era alguna especie de hotel ahora ya venido a menos, una pequeña posada indolente que esperaba ansiosa a través de los años la llegada de inesperados viajeros. Para el dueño un anciano andaluz con más de 60 años -por lo menos- por aquellas tierras nos contempló como si hubiera llegado el mismo rey de España o el mismísimo Papa, Preso de tal emoción por la sorpresa no supo articular palabra ante nuestra presencia, de tal modo que fue su esposa la que nos recibió haciéndonos los honores. cuando hablé con ella para presentarnos, comenzó a llorar de emoción, después lo supe, yo era el primer español con el que hablaba en más de 50 años, así que entre las lágrimas de una emoción sincera nos invitó a entrar en aquellas humildes estancias. Dentro algunos niños de piel totalmente enrojecida por la caricia de aquel sol tropical imitaban la tonalidad de las gambas o camarones, indudablemente no se podía negar, aquel color los delataba: europeos, y a más señas, o "gallegos" como llamaban a los españoles cariñosamente por aquel vergel tórrido y tropical.

El resto de aquel primer día transcurrió de manera tranquila sin tropiezos ni sobresaltos, pero todos teníamos un no sé qué dentro del cuerpo, una desconocida sensación, el asombro propio del descubrir de cosas nuevas, habíamos llegados, estábamos por fin ahora si en El Saladar de Macuro.
Después de instalarnos y dejar el equipaje y equipo en la posada, "Serranía de Úbeda" que así la había llamado su dueño, el que después de los breves instantes de sorpresa resulto ser simpático y dicharachero. Don Pedro como llamaban los lugareños al dicharachero anciano, y Don Pedro del Ávila y Malasañas como nos decía aparecía en un documento  de identidad y el  que había perdido hacía ya mucho tiempo atrás, así que después de un rato de agradable conversación, salimos y dimos un pequeño paseo por las calles de Saladar, pero no para mostrarnos, pues a estas hora ya todo el pueblo sabia de nosotros, de aquellos tres "musius" venidos de las "Europas", - así llamaban por allí a los extranjeros  y a todos aquellos de piel blanca y pelo rubio-, y a esas horas ya todo el mundo sabía que estábamos en la posada de los "gallegos", sino más bien para seguir buscando y seleccionando imágenes, ejercitando libremente, sin pudor y sin vergüenza, nuestros ojos previo a la utilización de los equipos. Ahora, más tranquilos, sin sentir ya la presión de aquel sol caliente, los ojos veían y descubrían muchos detalles, tongoneos de caderas prietas ahora en unas calles más animadas que las que nos encontramos unas horas antes a nuestra llegada.
Al llegar la noche, nos recogimos temprano en el modesto hotel, y luego de una estupenda cena preparada por las hábiles manos de Ángeles, la mujer de Don Pedro, así como también una animada y emotiva conversación donde como su paisano, aunque no soy andaluz sino alicantino, trate de ponerlos al día  lo más que pude sobre la situación actual de España a nuestros comensales, los que al parecer tenían una muy extensa laguna de información que abarcaba posiblemente más de 50 años,-mi extrañeza al preguntar quién era ahora el sucesor de Alfonso XIII me alerto confirmando mis sospechas de que tenían por allí quizás una estancia mucho más larga de lo que ellos podían pensar-, por lo que al comenzar a bostezar todos obra del cansancio y las emociones del largo día decidimos irnos a dormir.
Fabio y yo compartimos una gran habitación donde tranquilamente podría dormir una familia entera, y a Agnetha le habían destinado un coqueta habitación con un pequeño baño privado donde ocupaba el sitial de honor una antigua bañera de hierro revestida de peltre, todo un verdadero lujo para el merecido descanso de nuestra amiga. Nosotros nos encerramos en nuestra habitación y desde la comodidad que nos brindaron unos rústicos sillones de madera y fibras de palma, discutimos un poco la estrategia a usar para todo lo que queríamos empezar a hacer el día siguiente. así lo hicimos, a luz apagadas y ventanales abiertos por donde entraba una fresca brisa marina trayendo en su interior el aroma de maderas y playa, aroma de cosas distantes, lleno de nuevas sensaciones, sorprendentes y desconocidas. Discutimos animadamente,  lo hicimos o más bien lo fingimos, pero después al pensar en ello, supe que no fue realmente por la filmación en sí, sino por lo estaba pasando, por el viaje, cansado pero repleto de emociones, por la llegada al pueblo, por las cosas que iríamos descubriendo, en fin del asombro de El Saladar de Macuro, y la naturaleza extraña del aire que se respiraba allí, novedoso y singular,  y por sobre todo, particular de un pueblo perdido en un mapa, en medio de ninguna pararte y tan lejos de toda muestra de civilización como también de nuestras vidas, apartado e ignorado de nuestra cotidianidad, y que tan solo un día antes no era más que una posibilidad, una expectante abstracción, una inquietante sorpresa, pero como siempre ocurre, al final allí estaba, tan sólida y prodigiosamente real, completa y sorpresivamente vivo.

Al final, con la cabeza pletórica de ideas y sensaciones, nos fuimos a nuestras camas, en medio de enfebrecidos sueños, risas nerviosas y conversaciones entrecortadas hasta que al final con el frescor de una oscura noche infinita pletórica de estrellas, nos quedamos dormidos.
Al despuntar la aurora, nos encontramos muy temprano en el comedor donde Ángeles nos tenía preparado un sabroso desayuno criollo prodigo en arepas, perico, una muy sabrosa carne mechado, salpicón de cazón y  un inigualable queso blanco suave y fresco llamado "telita", todo ello acompañado con un revitalizante café y una refrescante bebida hecha de arroz llamada chicha.
Al terminar salimos y con las primeras luces de la mañana, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a calentarlo todo, llegamos a la plaza del pueblo y comenzamos a colocar los equipos para comenzar nuestro primer día de filmación. La sensación de asombro del primer día se había apagado ya un poco dando paso a dado paso a un sentimiento de expectación más natural y normal que por lo que seria los primeros planos de nuestra filmación. Imagínense un poco la situación, Fabio y yo montando trípodes, micrófonos y nivelando cámaras, ansiosos como niños en tienda de caramelos, mientras Agnetha media el espacio de cada encuadra y cada toma con un marco imaginario hecho con sus delgados dedos.
A medida que comenzaba a elevarse el sol por sobre el horizonte bañando tejados y calles, como en un percutido eco, las ventanas y puertas de las casa comenzaron abrirse como en una procesión sonora, y comenzaron a aparecer las primeras caras de las señoras y los inconfundibles aromas del café recién colado. Una hora más tarde la plaza está llena a rebosar, no solo de aromas, sino de niños y mujeres que acudían a la plaza por el rumor de que íbamos a y tomarles fotos a todos allí. Gracias a las artes de Fabio que demostró ser todo un maestro del espectáculo y en el manejo de la infancia, gracias a su experiencia como payaso y titiritero dominguero, en su temprana adolescencia de artesano y bohemio, supo mantener el orden entre la numerosa tropa menuda y el numeroso grupo de curiosos que se arremolinaba cerca de ellos.
Vendedores de mercadillo aparte, -sobre todo cuando están cerca del horario de cierre y no desean volver a llevarse la mercancía con ellos-, definitivamente no hay nada en este mundo tan hostigador y persistente como un cineasta. Es tal el afán de perfección en la captura del instante exacto, del momento perfecto, que esta ansia por el trabajo bien hecho lo lleva a repetir una y otra vez una escena, todo depende de la cantidad de medio disponible para su utilización, aunque con ello no quiera decir que necesariamente las tomas tanto repetidas de una misma escena vayan mejorando sino más bien pudiera ocurrir todo lo contrario. Es por estas razones que no pudimos esconder nuestra sorpresa tras examinar el resultado de los primeros minutos de aquellas primeras tomas. El resultado fue perfecto, único, no encontramos tras revisar las imágenes a través del monitor nada que objetar ni quitar de lo que habíamos filmado. Dentro de esos escasos minutos de filmación parecía haberse confabulado  tiempo, luz, ambiente, horario, disposición y ánimo del cámara y muchos otros factores dando como resultado algo etéreo e inherente en aquellas escenas, sin saber exactamente el que, -sencillamente "magia" como llamo Agnetha a aquel excelente resultado en las tomas, demasiado bueno, mejor a lo esperado, "perfecto" como diría Fabio. Definitivamente no podíamos explicar el que pero, pero en esas escenas habíamos capturado algo, algo que según nuestra humilde experiencia hacia especial a aquel pueblo.

Emocionados conversamos entre nosotros enumerando las posibles causas de aquellos excelentes resultados a la primera, algo que por experiencia propia era muy raro de encontrar de manera tan fácil en nuestro oficio. Al final todos estuvimos de acuerdo en creer que aquellos resultados presagiaban el excelente resultado en nuestro trabajo final, pero yo después de los primeros momentos de euforia, y realmente sin tener una clara opinión sobre aquello deseche aquel sensación de éxito y lejos de abandonarme al optimismo y celebrarlo como mis compañeros, aquello me sumió en una inexplicable desconfianza. Aun no lo sabía, pero a la larga, aquella extraña congoja y sensación seria profundamente reveladora.

Aquellas escena, salvo por otros momentos de grabación y algunas pocas tomas y metrajes, serian todo lo que grabaríamos allí para la serie, y la película que queríamos realizar a parte no llegaría nunca tampoco a ver la luz, eso en esos momento no lo sabíamos aun. Pero ahora después de todos estos años después de aquello sigo preguntándome ¿cómo paso aquello?, ¿porque nos pasó?, y si realmente ¿aquello paso de verdad?
Siempre he considerado que en el devenir de las cosas, cada momento tiene su razón de ser, su lógica, su a veces desconocida relación causa-efecto, aunque podemos determinar que ciertas acciones pueden ejercer de desencadenantes en las acciones o decisiones que tomamos ya sea tanto para algo tan sencillo como escoger una película en el cine, buscar pareja, decidir cuál es el trabajo correcto, etc, etc, etc, o tan sencillo como para decidir no hacer nada. En definitiva a veces puede ocurrir que ciertas cosas se desencadena por un hecho fortuito, por alguna razón misteriosa, el viejo tema recurrente en tantas conversaciones insomnes entre amigos algo adormilados por alcohol y fiesta que casi siempre escoge las horas más solitarias de la madrugada para preguntarse por estas cosas o quizás por otras más intransigentes, al final la eterna cuestión: las cosas ocurren por asunto del destino, por el azar o porque nosotros influimos para que terminen ocurriendo, al final la misma respuesta, no lo sé, ¿quién lo sabe?.
Y como no preguntarse por todo aquello ante lo inaudito y rocambolesco del hecho que sucedió a continuación y que probablemente pudo haber sido el origen de todo lo que sucedería después.
Todavía puedo recordar nuestras caras de asombro, aquella sensación de parálisis y desazón, y sobre todo el sentimiento duda y temor de no saber qué hacer, que nos invadió súbitamente y cuando menos nos lo esperábamos.
Celebrando como estábamos nuestro buen resultado, comenzamos otra vez a disponer la cámara y equipos  dirigiéndolos hacia otro sitio con la idea de tomar otros planos, cuando de pronto de entre las encaladas calles, apareció una anciana gritando y corriendo de una manera extraordinaria para la edad que representaba al verla tan arrugada y encorvada, -90 años o más quizás, por lo menos -pensé, así llego, precedida por el poderoso desaforado grito suplicante emitido por aquello menuda boca de tan escasos dientes, gritando presa de un ataque de ansiedad, y por lo que entendimos nos lo gritaba a nosotros, a los extranjeros, a los "doctores de las Europas" como pudimos entender de su atropellada cháchara. Cuando llego ante nosotros cayo de rodillas y nos imploró que le salvásemos a su nieta, que se le moría su pequeña niña, aquella mano huesuda y apergaminada agarro a Fabio fuertemente del brazo suplicando nos fuéramos con ellas, que le salváramos a su nieta. En ese momento no lo comprendimos ¿porque a nosotros? nos preguntamos, aunque luego lo entendimos, para aquella anciana de aspecto muy venerable y que al parecer ejercía una poderosa influencia entre los pobladores del pueblo, (no se podía negar lo que identificamos como una muestra de enorme respecto al hacerse súbitamente el silencio por parte de todos los pobladores que se encontraban allí al aparecer ella). Pues sí, aquella mujer había pasado sus 90 o más años -toda una vida quizás- entre aquellas soledades sin salir nunca de allí y sin conocer los adelantos de la civilización moderna, allí había vivido entre canastas de pescados y coloridas frutas, al son de tambores y percusiones nativas y por sobre todo al abrazo de aquel sol de justicia que lo abrasaba todo, y la infinita brisa marina que lo inundaba todo con olor a playa y sal. Resulto que, para ella, nosotros, unos desconocidos que habían aparecido como de la nada, portando extraños equipos y misteriosas cajas negras no podían ser otros que algunos, hechiceros o sanadores ambulantes, y como pensó después de enterarse sobre nuestra procedencia, nos elevó al rango de poderosos "médicos" o " doctores " venidos de una lejana y desconocida Europa. Aquella anciana señora suplicando por nuestra ayuda y nosotros como mudas estatuas de piedras, mirándonos sin saber que decir, así estaban las cosas. 
Al cabo de algunos segundos que se nos hicieron eternos concluimos que no había otra salida, así que como no éramos unos inconscientes con la escena ni el momento ni tampoco  unos miserables o indolentes,  decidimos ponernos en marcha y seguir a la anciana, por lo que como pudimos recogimos algunos micros, trípodes y la cámara, dejando lo demás a la protección de la mano de Dios en la plaza y corrimos todos, incluyendo el heterogéneo y variopinto publico detrás de aquella anciana, en una inusitada carrera en la que por más que lo intentábamos nunca podíamos ponernos a su vera.
Así a la carrera y volteando de vez en cuando pude ver a aquel tropel de niños, mujeres, hombres y ancianos que nos seguía entre la algarabía y el griterío, por entre aquellas empedradas y blanquecinas calles, pensé al ver aquello con sutil ironía que eso más bien parecía alguna escena fantásticamente irreal sacada de alguna película de las que tanto nos tienen acostumbrado algunos grandes maestros como lo son Almodovar, Fellini o Spilberg.

No nos percatamos al instante pero al cabo de un buen rato de carrera nos dimos cuenta que poco a poco las aceras habían desaparecido de la larga calle por donde seguíamos a la anciana, como si se fueran desdibujando, así como también las blancas piedras que constituían su empedrado, por lo que al cabo de un rato y sin apenas darnos cuenta nos encontramos recorriendo sobre una reseca y polvorienta calle de dura tierra rojiza, los últimos metros que quedaban antes de llegar a una solitaria y vieja casa que nos esperaba delante de nosotros y donde aparentemente moría aquella calle, o por el misterioso aspecto de aquella casa semi rodeada por una leve niebla y del ambiente silencioso y yermo que la rodeaba, creando una especie de oasis seco dentro del vergel y la exuberancia de la vegetación de la montaña cercana, solo fue durante un breve instante, tan solo un segundo pero a mi aquello me pareció como una seca y extraña cicatriz de donde emergía la casa, la calle y todo lo que les rodeaba.
Llegamos ante la puerta de aquella inmemorial casa de resecas y agrietadas tejas de adobe, gruesas paredes de barro y estuco pálidas y amarillentas  y amplios ventanales enrejillados de maderas oscuras, como las casas que aparecen en los viejos retratos, recuerdos lejanos de una época ya perdida entre las polvorientas hojas del olvido.
Al entrar la anciana nos fue guiando por el amplio corredor y atravesando algunas salas mal iluminadas y con el fuerte aroma de salitre y de las cosas viejas, de lo antiguo, llegamos ante la habitación donde dormía su nieta. Nos hizo señas para que entráramos y ella prefirió quedarse afuera cerrando la robusta y vieja puerta para que nosotros pudiéramos ejercer nuestras artes sin ninguna distracción, (al final esta acción tendría para nosotros consecuencias insospechadas y decisivas para nosotros). Al entrar nos recibió el sonido producían nuestros pasos al pisar lo que nos pareció a primera vista una sucia alfombra, era como si se arrastraran a través de la nieve, arena o algo parecido y nos sorprendimos al mirar al suelo buscando el origen del sonido y descubrir que no existía tal alfombra, sino que el mismo aparentemente estaba cubierto completamente de lo que parecían unos hermosos y aterciopelados cristales azules que crujían a cada uno de nuestros a pasos. Ignorando aquella sorpresa llegamos hasta la cama donde dormía la niña, la pequeña parecía como si estuviera ahogada, aparentemente dormida y completamente empapada por un sudor febril, y sus cabellos permanecían pegados a su rostro, parecía como si estuviera paralizada en el tiempo así acurrucada entre sabanas húmedas.
Afortunadamente para nosotros gracias a la buena fortuna y a la experiencia de Fabio quien fue quien se dio cuenta que la niña solo se hallaba bajo los efectos y recaídas por lo que parecía un fuerte ataque de asma, y vuelo a decirlo doblemente afortunados, ya que Fabio tuvo una dura infancia en la había sufrido de los recurrentes y persistentes ataques del asma y alguna que otra bronquitis. consecuencia de su antiguo historial como asmático, siempre llevaba consigo su pequeño petate una verdadera colección de pastillas, alcoholes y pomadas, destacando entre ellos -por si acaso-, algunos botes de spray y de jarabe contra el asma con lo que poder solventar contra algún ataque sorpresivo de ese mal.
Pues sin proponérselo nuestro Fabio actuó a motus propio y no sin cierto recelo, como un esforzado y responsable galeno, y luego de despertar cariñosamente a la niña y explicarle amablemente nuestra presencia allí y lo que le iba a hacer, y ante su sorpresa, saco uno de aquellos desconocidos objetos del interior del pequeño petate y procedió a darle una buena dosis repetida del spray.
Pues si que fue milagroso aquel humilde spray. La niña como despertando de un pesado sueño, fue recobrando la conciencia poco a poco, vimos como el color de sus rostro pasaba del violeta al sonrojado en sus mejillas morenas, algunos pequeños escalofríos, y una o dos pequeñas tosecillas y de pronto su cara era la expresión de la felicidad misma. Como pudo se sentó y quedo erguida sobre su cama y nos recompenso con mil gracias dadas con aquella prístina y melosa vocecilla, y sobre todo para Fabio, una sucesión de abrazos y muestras de cariño interminables que se nos hicieron eternos.
Nuestra alegría por darle un nombre fue totalmente apoteósica, cinematografiara y onomatopéyica, al final nos abrazamos tontamente los tres celebrando nuestro triunfo sobre el inesperado infortunio.
Cuando la anciana entro a la habitación atendiendo nuestro llamado, lo hizo entre oraciones y rezos extraños a nuestros oídos de personas de ciudad, y solo después de asegurarse de la recuperación de su querida nieta, se hinco de rodillas y beso en primer lugar a las cajas negras que habíamos llevado con nosotros, a las cámaras y equipos, y solo cuando había besado y agradecido a cuanto aparato y equipo habíamos llevado con notros, nos dedicó entonces besos y abrazos y su agradecimiento eterno.

Por alguna razón que no entendimos, quizás por ser mujer y sentirse más cómoda y en confianza con ella, abrazo a Agnetha y le agradeció profundamente por haber salvado a su nieta, pese a que no hizo ni lo más mínimo en todo aquel asunto, le dio todo el crédito por la pronta sanación de la niña, encariñándose con ella hecho por el cual nos sentimos un poco celosos por ello. Pues nada realmente aquello no tenía la menor importancia, lo realmente importante era que su niña estaba bien, y allí en la intimidad de esa habitación y entre las paredes que conformaban aquella casa, nos ofreció solemnemente la misma a nuestro servicio y no solo eso, nos dijo también, y muy seriamente nos ofreció también al pueblo entero, a todo El Saladar de Macuro.
Al salir comprobamos algo que solo habíamos vislumbrado sutilmente al abordarnos en la plaza, la influencia de aquella venerable anciana, Doña Soledad como ella misma se nos presentó, era por lo visto enorme y escapaba a nuestro entendimiento.
Cuando nos paramos con la pequeña Esperanza, que así se llamaba la niña, frente a la puerta la gritería y algarabía de felicitación se volvió como una potente marea inundándonos al completo con un ruido que se hacía a ratos bastante insoportable.  Mujeres, niños, ancianos y hombres, en fin y dada la profusión de parroquianos que se habían congregados ante la casa, parecía que todo el pueblo se hubiese reunido allí. Al principio todos comenzaron a acercarse tímidamente para felicitarnos, pero poco a poco el ambiente empezó a caldearse y aquello se volvió sin aviso la excusa perfecta para comenzar una gran celebración. Así sin darnos cuenta comenzaron a parecer algunas mesas humildemente decoradas y llenas de delicias y manjares de aquella región. Sobre ellas no podían faltar los buñuelos, los panes de azúcar, caratos, platos de sabroso majarete con canela, bienmesabes, dulces de coco y plátanos fritos. Inexplicablemente aparecieron también manjares más elaborados como aromáticos platos de pabellón con baranda, espesos y bien condimentados sancochos y humeantes raciones de pescados fritos y carnes a la vara, y como no podía faltar todo ello regado de buenas provisión de bebidas dulces y espirituosas, amén de algunos envases de peltre llenas de sabrosos ponches de aguardiente de caña y algunas barricas de sabroso y añejo ron. Definitivamente aquel súbito y excesivo ambiente de fiesta no podía menos que extrañarnos, no podíamos creer que aquella gentes celebraran con tanta emoción la recuperación de la niña, que para nosotros no había sido nada, y llegamos incluso a percibir el misterio de una celebración velada y oculta que salía a la luz aprovechando la otra como excusa, parecía que todas aquella personas estuvieran celebrando emotiva y profusamente el amor a la vida, o algo así, para nosotros era confuso aquello y claro está la emoción y el calor de la gente mezclado con aquellos sabrosos alcoholes y ron comenzaron a hacer efectos en nosotros también anteponiendo sutiles cortinas de sentimientos desconocidos a nuestro racional pensamiento.
Toda la fiesta parecía ocurrir frente a aquella solitaria casa, la casa de Doña soledad y con la completa complacencia o autorización de ella, definitivamente había algo extraño allí, en el fondo de todo aquello se respiraba de fondo una enorme y total muestra de respecto y aceptación hacia aquella anciana, y llegue a pensar en hilados pensamientos que ella secreta y calladamente ejercía algún tipo de misteriosa y velada autoridad sobre el resto de sus vecinos.
Al cabo de aproximadamente una hora y algo más la cosa fue calmándose, y despidiéndonos de Doña Soledad y de la niña, fuimos haciéndonos paso entre las gentes que a nuestro paso no dejaban de palmearnos y darnos las gracias, y así al cabo de un rato, sudados, un poco achispados por el alcohol regresamos con nuestros equipos a la plaza a tratar de seguir filmando algunas escenas antes de que terminara el día.
Definitivamente después de aquello sentíamos que teníamos al pueblo entero de nuestro lado, y nos alegramos ya que aquello podría resultarnos de excelente ayuda para terminar nuestro trabajo allí con mejores resultados.

Pero no habíamos previsto un detalle, en aquel pequeño pueblo las noticias se transmitían más rápido que corren las olas del mar y más potentemente que el olor a salitre y mar que flotaba permanentemente en la brisa que parecía llegar a todas partes. Doña Margot, la taimada mujer de Lázaro el humilde enfermero que ejercía funciones en el único y humilde dispensario que había para atender a todo el pueblo, se había empeñado en hacer llegar hasta el último rincón de El Saladar de Macuro los rumores, bastantes dañinos para el devenir de nuestro proyecto cinematográfico, de que a Esperanza la pequeña niña asmática, la nieta de Doña soledad, había sido salvada de su enfermedad de manera milagrosa y desconocida por la gracia de aquellas misteriosas extrañas cajas negras y aparatos que llevaban aquello extranjeros venidos de tierras lejanas, alguna especie de magos o sanadores venidos de las Europas. así que ahora ante aquellos rumores, nosotros asistíamos desconcertados y paralizados por el no saber qué hacer, ante la marea humana que crecía ante nuestras miradas y que en tan solo unos minutos tenía abarrotadas cada una de las cuatro empedradas y blancas calles adyacentes a la plaza, y todas con el mismo pensamiento, todas con el mismo fin, ponerse ante nuestras cámaras para que con una foto, o con tan solo un leve instante de filmación pudieran curarse súbitamente de todos sus males y dolencias. Así que allí estaban todos, aguardando su turno para ponerse delante de nuestras cámaras, aquello situación era sencillamente absurda, loca y completamente irreal.
La tarde comenzó a caer y el sol al retirarse fue dejando paso a una fresca brisa marina cargada de aroma de sal y mar que moviéndose libre entre la alborada y las palmeras enfrió el ambiente ayudando a que fuera más soportable.  Ya no cabía ni un alma más por los alrededores a la plaza. Mujeres hermosas de carnes pietras y morenas paseaban al son sensual de sus caderas mostrando orgullosas sus oscuros y encrespados cabellos. Los niños se arremolinaban por todas partes al lado de los adultos queriendo participar en el jolgorio y esperando su turno ante la atención de padres y madres. Los hombres se presentaban vistiendo sus mejores atuendos para la ocasión sombreros de palma y de pelo de guama y las tradicionales guayaberas, impolutas y recién almidonadas. La gente mayor que estaba reunida allí tampoco quiso faltar a la cita prendida apunta de rumor y sin bastones y andaderas, aguardaban bien vestidos y peinados esperando con gesto un poco ausente que empezara aquella peregrina procesión delante de las cámaras.
Mirándolo así, aquello bien podía parecer una celebración religiosas o las fiestas patronales en honor de alguno de los muchos santos a los que se rendía culto por allí, San Pedro, San Juan, San Pancracio, San Mateo, o cualquiera de las vírgenes que la gente de mar adoraba para ponerse en sus manos cada vez que salían a aquellas aguas bravas a buscarse el pan en tan azarosas faenas de pesca. Total para nosotros que nunca habíamos sido testigos de algo como aquello, nos daba igual, por lo menos la gente estaba, tranquila y entretenida aunque expectante por nuestra participación en aquella función. Nosotros esperando recibir alguna señal que nos indicara que debíamos hacer, de todas maneras acordamos que al final no estaríamos incurriendo en ninguna mala faena si les seguíamos la corriente y de uno en uno comenzábamos a ir almacenando sus retratos en el interior de nuestras cámaras, al final aquello hasta podría servirnos para el futuro documental que queríamos filmar allí. Así que silenciosos e inmóviles cada uno de nosotros en su sitio aguardábamos a ese algo que no sabíamos que podría ser.
Trate de tener mis pensamientos ordenados lo mejor posible y mi cabeza fría, por lo que comencé a pensar que aquella algarabía y tumulto popular resultaba un poco sospechoso. Pensé que por más que se hubiera esparcido el rumor, no necesariamente tenían que presentarse todos allí, que siempre habría alguien que faltaría al discrepar con esas noticias, que habría siempre alguien a lo que aquello no les importaría evitando con su presencia engrosar las filas de aquel tropel humano, pero no ocurría eso, aunque ninguno de nosotros lo habíamos conversado, podíamos decir sin temor a equivocarnos que todos los habitantes del pueblo parecían estar allí, por lo que ahora que lo pensábamos con claridad aquello de verdad era algo extraño y misterioso, definitivamente toda esa marea humana no estaba allí por unas simples fotos, tenía que haber alguna secreta y poderosa razón que escapaba a nuestra razón por la toda aquella gente se había congregado allí.

No podía decir en qué pero en el ambiente se comenzaba a percibir un cambio, un leve e indescifrable aroma que flotaba en el aire, llevada por la brisa parecía como surgir de todas partes inundándolo todo con aquella fragancia.
En los ojos de aquellas personas, había una especie de ligero matiz, un tenue brillo, una ligera emoción contenida, el reflejo de una sangre ardiente y caliente, una sensación que no podía explicarse con palabras y que no era el producto del efecto de aquellos pocos artefactos milagrosos que ellos portaban. Poco a poco aquel aroma fue tomando presencia haciéndose fuerte, ahora se percibía un olor profundo, potente, había un aroma recio por todo el ambiente. Un olor  a ron añejo, a sudor y fiebre, a deseos escondidos, olor a vientre, a nalgas firmes y muslos rotundos que esperaban ser acariciados, deseos dormidos que poco a poco salían a flor de piel a medida que aquel aroma se hacía fuerte en aquellas calles y las primeras tinieblas de la noche comenzaron a aparecer.
Poco a poco comenzaron a surgir por todas partes mesas rebosantes de botellas de ron y otros licores, donde cualquiera podía acercarse libremente y beber lo que quisiera, tras aquellos hechos aquella ideas que habían acudido a mi mente parecían confirmarse, lo de las cámaras había sido tan solo una excusa.
Pasado algún tiempo solo algunos niños inquietos parecían ocuparse de los equipos de filmación y al cabo de algunos pocos minutos, toda la presencia infantil que momentos antes esperaban su turno impacientes antes las cámaras, ahora sin decir palabra habían desaparecido. Con el paso del tiempo la bebida comenzó a correr libremente por todas partes, y aquellas personas comenzaron a animarse y a alegrase en demasía y sin ningún tipo de pudores, bajo el son profundo e hipnótico de las percusiones primitivas y los rítmicos tambores que invitaban a unirse en aquel frenesí de cuerpos y almas entregadas al placer y el disfruten esa espontánea y entregada comunión de pieles tibias y cabellos sudorosos. Mis compañeros y yo tengo que decirlo caímos también poco a poco bajo los influjos de aquella especie de catarsis sexual y comunal. La bebida seguía corriendo y yo había tomado mucho más de lo que podía aguantar, Fabio hacia minutos que había desaparecido de mi mirada bajo los abrazos cálidos de algunas de esas mujeres de hermosa piel oscura y tostada, Agnetha tenía rato que tampoco daba muestras de su presencia por lo que sonriendo yo también al igual que la mayoría me deje llevar por la marea y perderme de vista entre unos senos hermosos, llenos y rebosantes de vida y de deseos no correspondidos. Así que caminando de la mano de aquella mujer me interne entre aquel bosque de cuerpos, cuyas caras eran todo sonrisas y ojos enrojecidos por el deseo y el ron. La música en increcendo parecía salir de todas partes a la vez, los tambores con ese seductor tam-tom- tam que te invitaba a bailar y bailar. Hombros, espaldas, torsos y pies descalzos. Aquella noche, sin quererlo pero sin poder evitarlo, noche que se nos hizo eterna e inmemorial, nos unimos también nosotros a aquella masa de sudor, pasión y muchas ganas de alegría. Así que al final, nosotros los extranjeros "los doctores de las Europas", en principio de manera tímida y nerviosa fuimos cediendo posiciones gracias al alcohol y a otras cosas y nos dejamos llevar por aquella marea desbordada, hasta que al final todo pareció perder importancia y me sentí como si compartiera aquella pasión febril y enloquecida con todas y cada una de aquellas personas.
Aquella fiesta, o más bien aquella lucida e irresistible celebración duro toda aquella tarde y toda lo noche de aquel día.
De esa noche el recuerdo que me quedo para siempre es el recuerdo del olor a mujer, a hembra apasionada y caliente, a morena de piel tibia y aliento a sal, recuerdos de un sentimiento fuerte y caliente que quemaba mi pecho, de una carne sudorosa, tibia y dura que olía a canela y azahar, una carne hambrienta y ciega donde me hundía voluntariamente y me dejaba ahogar al ritmo de oscuras pasiones y excesos sin forma ni medidas.

De mis compañeros no volví a saber nada hasta la mañana siguiente, en la que nos despertamos dentro de cada una de nuestras habitaciones y sin saber cómo habíamos llegados allí, confusos, desnudos y muy cansados y con una terrible resaca que nos golpeaba en cada una de las fibras de nuestro cuerpo y de nuestros atropellados recuerdos de aquella noche.
En resumen, para mí la noche fue cuerpo, un enorme cuerpo tibio y sudoroso, todo pasión y deseos, y lleno de profundos sentimientos que marcaron mi alma desde aquel día.
Esa mañana ¿cómo no sentirnos transformados?, como no pensar que algo nos había cambiado. Nos aseamos y en silencio nos reunimos para desayunar, pero sin decirnos nada, nos mirábamos y había algo en nuestras miradas, temblorosas y cómplices que nos decía que habíamos cambiado, que ya no éramos los mismos. Y aquello no era el producto del cansancio, del alcohol o del sexo de la noche anterior, había allí algo más que entre nerviosas sonrisas y confusos sentimientos, nos indicaba que algo misterioso y profundo había dejado su marca en nosotros. Nuestra confusión era natural y aquellos gestos y miradas que nos dirigíamos en silencio sin atrevernos a empezar una serie de preguntas que se nos antojaban difíciles de hacer y más complicadas para entender y sin tan siquiera tener alguna certeza de como contestarlas. Así que por ahora solo hacíamos eso, mirarnos en silencio con cierta vergüenza hacia nosotros mismos y resignación por las cosas que habían sucedido, así que por ahora preferíamos no tocar ese tema.

Era domingo, un hermoso y silencioso domingo muy soleado. Nos reunimos en la sala comedor y después de esperar por bastante rato, nos extrañó que no apareciera Don Pedro o Doña Ángeles a traernos un desayuno el que pensábamos podía ser tan prometedor como el desayuno del día anterior. Pero nada, en el interior de la pequeña posada solo había silencio y un leve y casi imperceptible olor a salitre y algo que olía como a papeles viejos así como también nos sorprendió un poco lo rápido que podía ensuciarse la casa en aquel lugar, ya que todo en su interior aparecía como cubierto de una tenue y fina capa de polvo o algo parecido al salitre, como si no se hubiera quitado el polvo o limpiado en algún tiempo, la verdad no supimos que pensar de ese curioso hecho y decidimos buscar al resto de las personas que vivían en el pequeño hotel. Nos pudimos a llamarlos pero nada y al rato procedimos a buscarlos en cada una de las instancias de la casa, gritando a viva voz sus nombres pero, en aquella casa solo nos encontrábamos nosotros y el omnipresente silencio que parecía llenarlo todo. Decidimos entonces ir hasta la plaza a buscar nuestros equipos que habían quedado allí desde el día anterior. Como era domingo pensé y se lo comunique a mis compañeros que quizás lo de ayer había sido solo el preámbulo de alguna celebración que tuviera lugar hoy, y porque no en algún población de las cercanías, quizás eso podría explicar la ausencia de nuestros anfitriones.
Al salir a la calle, comprobamos que hacia un día de sol espléndido, claro, fresco e iluminado, como esos veranos perfectos que guardamos en el interior de nuestros más queridos recuerdos, allí en El Saladar de Macuro todos los días eran de ese perfecto verano, pero ese domingo era como el que siempre uno había soñado. Un día tranquilo, cálido e íntimo, como si la naturaleza de aquel lugar nos hiciera también a su manera un regalo muy especial. Al ver el rostro de mis compañeros comprendí que todos habíamos sentido lo mismo al contemplar tan hermoso día.
Nos pusimos a caminar a través de una de aquellas calles empedradas y blancas pero los únicos ruidos que llegaban a nuestros oídos eran los de nuestros pasos a pisar sobre aquellas piedras. Ni un alma, ni un sonido, no había señal alguna de ninguno de los habitantes del pueblo, todo estaba solitario y en perfecto silencio. Busque en las miradas de mis compañeros alguna respuesta pero poniendo cara de duda con y un gesto de hombros nos lo decíamos todo, por ahora ese sería otro misterio más, el misterio del día.

Al llegar a la plaza comprobamos afortunadamente que las cámaras y los equipos se encontraban en el mismo sitio donde los habíamos dejado la tarde anterior, hicimos un rápido inventario de nuestras cosas y afortunadamente no parecía faltar nada, definitivamente aquel era un pueblo de gentes honradas. Al encontrar a aquel pueblo tan solo y en especial aquella plaza donde hacia tan solo algunas horas había estado llena de gentes y rebosantes de cuerpos que se buscaban con febril ansia, pensamos quizás que entre aquellas gentes tan aisladas aquellos comportamientos quizás eran más comunes de lo que pensábamos, y quizás ahora entregados a la práctica de otros menesteres ese día de domingo, se habían olvidado ya del fugaz y desconcertante motivo del apasionado festival nocturno. ¿Cómo podríamos continuar entonces después de aquello?, por más que lo intentábamos todavía era muy pronto y todavía teníamos muchos recuerdos y la resaca de la noche anterior. Definitivamente aun no nos habíamos recuperado del impacto emocional que habíamos recibido aquella atribulada noche. Así que todavía como estábamos, un poco cansados, confundidos y perplejos, resolvimos recoger nuestras cosas y llevarlas hasta el hotel para disfrutar de un prometedor y reparador día de playa.
Una vez llegamos al hotel, dejamos nuestras cosas en nuestras habitaciones comprobando que el mismo seguía tan solitario y vacío como antes, así que agarramos algunas toallas, agua y algunas provisiones que había en la cocina e Doña Ángeles, y salimos de allí y nos pusimos a andar por un largo camino que llevaba hasta los famosas salinas y mangles que habían dado su nombre al pueblo.
Al cabo de casi media hora de andar entre aquel camino de tierra seca, flanqueado a ambos lados por enormes sembradíos de maíz y frondosas plataneras, donde el ruido de nuestros pasos era solo interrumpido por el melodioso canto de sonoras y misteriosas aves a las que nunca pudimos ver. Así al rodear el ultimo recodo de vegetación la naturaleza nos recibió con la mejor de sus visiones, una enorme y larga bahía con una playa de arenas blanquísimas arenas rodeada por el lado de un frondoso y exuberante bosque de mangle que parecía internarse hasta las mismas montañas y del otro lado los enormes montones de forma cónica, blancos y relucientes hechos de la  fina sal acumulada por acción del hombre y de la naturaleza desde hacía ya mucho tiempo atrás, la brisa marina soplaba llenándolo todo de un fuerte e inolvidable olor a sal y mar, lo que completaba magistralmente aquella sobrecogedora y hermosa visión.

Nos ubicamos debajo de la fresca sombra que proyectaban un grupo de frondosas palmeras, allí pusimos nuestras toallas y cosas. Era un hermoso día y definitivamente queríamos descansar y tratar de poner en orden nuestras ideas allí en ese espacio cedido por el paraíso para nuestro disfrute, aunque la memoria de la noche anterior era todavía muy fuerte en nosotros y nos sentíamos aun saturados como esa extraña mezcla de sentimientos lo que aunado a la sublime belleza del lugar reforzaba aquella rara sensación o atontamiento que nos embargaba.
Al rato de descansar sencillamente tumbados de espaldas sobre nuestras toallas, el calor del sol, la suave brisa llena de aroma de mar y de cosas lejanas, así como la ingente y bulliciosa cantidad de aves marinas que había por todas partes contribuyeron a tranquilizar un poco más nuestras almas y pensamientos y dejaran nuestras mentes libres de todas aquellas preguntas sin respuestas que nos hacíamos y sucumbiéramos al efecto relajante de aquel lugar pletórico de paz y belleza.
Sin poder decir cuánto tiempo permanecimos descansando de esa manera, de pronto al unísono, como si nos pusiéramos todos de acuerdo, decidimos  caminar y perdernos por esas vírgenes playas que parecían invitarnos al placer de su exploración. Parecíamos caminar sobre playas de blanquísimas arenas sobre la que aparte de las huellas de las aves que vivían por allí, no llegamos a descubrir huellas de pies humanos sobre ellas, y por lo que pudimos sospechar las nuestras aparentemente eran las primeras huellas humanas en mucho tiempo. La verdad que no podíamos encontrar rastros de actividad humana reciente allí, aparentemente hacía tiempo que los pobladores no se acercaban hasta ese lugar, -quizás estarían aburridos de contemplarlo todos los días-pensé. Después de un rato de caminar nos acercamos hasta donde se encontraban aquello hermosos montañas de sal pura, para ello atravesamos un pequeño lago de aguas salobres  y turbias que nos llegaba más allá de nuestros tobillos y que se encontraban pululando enormes bandadas de flamencos de color rosa y donde curiosamente pudimos observar dos o tres de un color azul metálico hermoso e irreal, la verdad que nunca habíamos visto algo así, quizás alguna mutación o alguna nueva especie, quien podría saberlo. Lo más sorprendente de aquellas famosas aves conocidas sobre todo por su gran timidez era que aquellas ni se molestaban en apartarse ante nuestra presencia y ni tan siquiera parecían molestarse en mirarnos. Así llegamos hasta las salinas, imposible decir cuántos de aquellos ordenados y muy parejos montones había sobre aquella enorme extensión de costa, ¿cientos?, ¿miles quizás?, definitivamente era mucha sal la que se encontraba acumulada allí,  y aquello nos recordó la historia que nos había contado aquel viejo pescador de Macuro, evocamos quizás un recuerdo de épocas pasadas más prosperas y que hablaban sobre el perdido esplendor de aquel pueblo y sobre la ya olvidada fama de milagrosa que tenía la sal proveniente de aquellas salinas.
Fue una tontería el no habernos llevado una cámara para haber inmortalizado todos aquellos momentos, nos prometimos volver con ellas antes de irnos y llevarnos recuerdos de toda aquella hermosura.

El olor a sal o salitre era allí intenso y comprendimos de donde procedía el olor que llevado por la brisa que soplaba del mar, inundada perpetuamente con su aroma al Saladar de Macuro y a todos sus alrededores. Al rato de contemplar todo aquello y lastimosamente sin descubrir huella alguna por aquellos lugares de aquel famoso y antiguo sanatorio de enfermedades mentales del que se decía hubo alguna vez allí, decidimos volver a donde teniamos nuestras cosas.
Después de un buen reto de caminar a través de la orilla llegamos. El mar parecía invitarnos a su disfrute, así que franelas fuera, y como si nos pusiéramos todos de acuerdo, sonriendo emprendimos una rápida carrera para sumergirnos entre las olas de un mar de aguas tibias y azules que parecía invitarnos a sumergirnos en él. Me es imposible reflejar con palabras aquella relajante y porque no, mística experiencia, el agua estaba perfecta tibia y clara el golpeteo con las olas del mar obraba en mí un efecto de tranquilidad y sosiego que realmente necesitaba. No sé cuánto estuvimos allí, sonriéndonos y ocupados con algunos juegos tontos, como lo hacen los niños, pero sin decirnos palabras los unos a otros, en perfecto silencio y en completa armonía con todo lo que nos rodeaba aquella soleada y perfecta mañana.
Allí entregados en aquel descanso y sosiego dominical estuvimos todo el día, rodeados de toda aquella paz, pero incuso así ese extraño temblor y desasosiego que nos embargaba no desaparecía por completo, ni por la calidez y contundencia de aquel estival sol, ni por el canto y presencia de las numerosas aves revoloteaban por todo el sitio, ni tan siquiera por el efecto del vaivén de las olas sobre nosotros. De vez en cuando volvíamos a mirarnos y nos sonreíamos, nerviosos y todavía algo confusos, aquella situación ya parecía a ratos parecía hasta tonto y absurdo, pero definitivamente algo nos estaba pasando por dentro, algo que no acertábamos a decir que, nos estaba cambiando y definitivamente ya no nos considerábamos que éramos las mismas personas que habían llegado hacia solo algunos días allí, en el fondo comenzamos a sentir que desde la noche pasada habíamos empezado a convertirnos en otras personas, que nos estábamos volviendo quizás algo..........diferentes.
Así un sentimiento poco a poco comenzó a solapar a los demás y comenzamos a pensar que nos estábamos enamorando de todo aquello, del pueblo, de aquella gentes de piel morena y oscura, de la calidez y de la paz que reinaba por allí, de la fogosidad de ciertos encuentros, del aislamiento de todo lo que significaba el mundo de donde veníamos, del perpetuo olor a sal y a mar que siempre parecía flotar en la brisa, y de todas aquello pequeñas cosas que nos habían resultado insipientes misterios que parecían invitarnos de mil maneras a quedarnos allí.

Pues así, rodeados de todo ese silencio y soledad, de aquellos pensamientos y persistentes ensoñaciones se nos pasó toda la mañana y toda la tarde de aquel perfecto día, por lo que al comenzar a desaparecer el sol por sobre el horizonte y antes de que cayera la noche decidimos volver.
Durante todo el camino de regreso al hotel descubrimos que solamente nuestras huellas seguían allí sobre el camino, aparentemente más nadie había caminado por el ese día, la verdad seguía siendo un misterio el imaginar a donde podían haber ido todos los habitantes del pueblo. Llegamos al hotel al caer la noche, y al igual como nos había ocurrido al transitar por las calles del pueblo, tampoco había nadie en él. La cosa ya nos comenzaba a parecer de verdad bastante extraña, serian aproximadamente las 8 de la noche y el pueblo, las casa y sus calles, permanecían solitarias y a oscuras, la luna permanecía oculta entre faldones de gruesa y oscuras nubes, y ni siquiera se habían encendido los faroles de las calles y la plaza en su totalidad parecía en aquella oscuridad la propia boca del lobo. Sin obtener respuesta por parte de Don Pedro o de su mujer, Ángeles o de algunos de los numerosos niños que siempre parecían pulular por allí, permanecimos en aquella sala después de recorrerlo todo y a todo aquellos misterios se sumó el que ahora el interior de la posada parecía más sucio y cubierto por el polvo y el salitre que antes, aun cuando descubrimos que todas las ventanas y persianas se encontraban cerradas, y además nuestras narices nos indicaban que durante las horas de nuestra ausencia aquel olor a cosas viejas parecía haberse hecho un poco más fuerte, ahora se sentía casi ya sin ningún esfuerzo, como definirlo, había un tenue matiz a tierra húmeda y papeles viejos. Aquello nos dio un cierto repelús y después de llevar rato esperando decidimos recoger nuestras cosas y así fuera con esfuerzo dirigirnos hacia la casa de Doña Soledad y aceptar su invitación a quedarnos en su casa dadas las circunstancias.

Nos dirigimos a la calle que conducía hacia la casa de Doña soledad, y allí en aquella oscuridad débilmente iluminada por una luna que se asomaba fugaz entre negros nubarrones emprendimos el camino, tras un rato el empedrado blanco de la calle desapareció y continuamos sobre aquel camino de tierra dura, reseca y roja, ahora tan negra como la oscuridad que nos rodeaba. El mismo se internaba a través de ese paisaje reseco y solitario poblado por escasos arboles muy distantes los unos de los otros y por una vegetación muy seca y rala, cosa aquella que nos parecía extraña de por si dada la bastedad y exuberancia de la vegetación de los alrededores, era como si algo toxico hubiera transitado por aquel camino y hubiera marchitado todo rastro de vegetación en una franja de aproximadamente 20 metros o más a cada lado de ese camino. Pero bueno al final y tras superar algunos inconvenientes con el transporte de nuestros equipos (su peso parecía aumentar a cada paso que dábamos) pudimos llegar a la casa.

Nos daba un poco de vergüenza la verdad tocar a su puerta a aquellas horas de la noche, presentarnos allí sudados y desaliñados con todas esas cajas negras y petates, pero la verdad no sabíamos más ante quien acudir, así que armándonos de valor y mostrando nuestra mejor sonrisa tocamos a su puerta.
La misma no tardó mucho en abrirse, y desde la penumbra que proyectaba la iluminación de cirios y velas del interior, apareció aquella anciana a la que no pareció sorprenderle para nada nuestra presencia allí, sino todo lo contrario, parecía que más bien estaba esperándonos. Nos invitó a entrar y después de saludarnos cariñosamente y mostrando una gentil cortesía nos invitó a dejar nuestros equipos en una de las habitaciones de aquella antigua casa, y trayéndonos una ponchera con agua nos indicó para que nos aseáramos y la acompañáramos a cenar. Antes de dirigirnos a la mesa quisimos ver como seguía la niña, nos indicó que podíamos entrar a su habitación a verla si era nuestro deseo.
Al abrir la puerta de su habitación, encontramos a la niña delicadamente dormida, y sorpresa, nos quedamos maravillados por lo que vimos, sobre el cabecero de su cama y como silenciosos guardianes protectores, docenas de hermosas mariposas de un azul metálico y profundo guardaban su sueño en silencio y perfecta armonía, solo alterado fugazmente de vez en cuando por el cambio de posición de algunas de ellas o por un rápido batir de alas casi colectivo. Fabio con todo cuidado para no estropear aquella escena se acercó y pudo comprobar como la niña respiraba bien y dormía profundamente, más tranquilos al comprobar su favorable estado , salimos y nos fuimos hasta el comedor donde nos aguardaba la anciana para compartir con nosotros algunos sabrosos alimentos bajo la danzarina y relajante luz que proyectaban algunos cirios y velas distribuidos estratégicamente por toda la habitación, fue una cena tranquila y de poca conversación, realmente estábamos cansados por todos aquellos sucesos pasados el día anterior y nuestros cuerpos estaban también agotados por la caricia del poderoso sol durante ese tranquilo día de playa y mar. Doña soledad pareció darse cuenta de nuestro cansancio y al rato de terminar nos guío a una habitación donde había colgadas algunas hamacas, nos dijo que podíamos escoger la que quisiéramos para dormir, aquello sería una nueva experiencia para nosotros ya que creo que nunca habíamos dormido en ellas, al despedirse nos miró tranquilamente a cada uno de nosotros y pude sentir durante ese brevísimo instante, como si aquellos ojos con ese particular brillo, interrogaran a cada una de las fibras de nuestras almas y corazones espiando y descubriendo todas las dudas y preguntas que nos guardábamos allí, y así entrecerrando un poco aquellos pequeños y almendrados ojos cerró la puerta despidiéndose de nosotros.

Eran casi las once de la noche así que sin dirigirnos casi la palabra entre nosotros, -el cansancio comenzaba a reclamar su triunfo en nosotros-, fuimos escogiendo las hamacas y nos acostamos al abrigo de aquellas coloridas y robustas telas suspendidas a medio metro del suelo, -la verdad para mí fue una sensación muy rara dormir así de aquella manera, como flotando en el aire y mecido por el al vaivén que producía mi propio cuerpo acomodado en esa primitiva y rustica cama. Todavía estábamos algo mareados, como embriagados bajo los efectos de una persistente resaca psíquica, que eventualmente nos hacía sentir como si estuviéramos bajo los efectos de "la primera vez" de algo, esa rara e indescriptible sensación que nos acompaña como por ejemplo después del primer beso, nuestro primer amor, nuestro primer hijo, etc. Poco a poco fui cerrando los ojos y bajo el delicado sonido de truenos distantes, los que anunciaban una corta y rápida tormenta tropical, me deje llevar por la promesa de un descanso reparador y al rato caí profundamente dormido. El sueño seguramente, contribuyo con su magia a borrar rápidamente los efectos y recuerdos de aquella noche. No lo sabíamos aun que las respuestas a todas nuestras preguntas nos esperaban tan solo algunas pocas horas más allá.
Descansaba plácidamente sobre las tibias aguas de un mar color aguamarina. Las olas iban meciendo la colchoneta inflable sobre el que descansaba incrementando mi sensación de relax y modorra. Una sutil corriente me había apartado de las blancas orillas y me llevaba en paralelo recorriendo la amplia línea de la costa. Al fondo podía ver los manglares y un poco más allá las relucientes y blancas salinas salpicadas por enormes manchas de color rosa, producto de los miles de flamencos que pululaban por sus alrededores. De pronto comenzó a soplar un leve viento de levante y comenzó a levantarse entre el mar y la costa una rara y tenue bruma marina. Al rato comencé a vislumbrar entre aquella bruma y a lo lejos, como la orilla de la playa parecía estar cubierta por sombras o las figuras borrosas de personas, si eso era lo que me parecían, un enorme grupo de personas que parecía de a poco congregarse allí, como si un gran grupo de gente se estuviera congregando allí para verme, por un momento imagine que todo el pueblo estaba allí solo para eso, para verme alejar de la orilla acostado sobre una delgada colchoneta amarillo. Aquella visión me hizo recordar de pronto aquellas viejas y descoloridas fotos que alguna vez me había enseñado Fabio sobre aquel lugar. Si era como si de pronto estuviera allí yo también, contemplando aquella escena antigua desde dentro de una de aquellas fotografías. Aquello era raro, me empezó a invadir una sensación de un temor irracional e inexplicable. El mar a mí alrededor comenzaba a tornarse algo violento, se había levantado un fuerte viento y las olas ahora enormes amenazaban con arrojarme de la colchoneta inflable. El mar se había cambiado de pronto a un color oscuro y amenazador y podía distinguir una negra sombra debajo del agua que comenzaba a dar vueltas en torno a mí, acercándose amenazadoramente a cada minuto. Comencé a sudar, tenía miedo, mire a la orilla y ya no podía ver nada, solo la bruma que parecía ahora una infranqueable muralla gris y debajo de mí, esa oscura sombra que cada vez estaba más cerca. Sentí un golpe o una especie de sacudida sobre mi colchón, después vinieron otras, hasta que de pronto las sacudidas empezaron a sucederse ininterrumpidamente y sin aviso, fuertes, violentas, como si quisieran arrojarme de donde estaba asido para que cayera en las oscuras aguas y quedara a merced de aquella sombra que ahora tan cerca de mi parecía algo enorme y aterrador. De pronto sentí un violento golpe que vino desde abajo y caí impotente sobre aquellas aguas, sumergiéndome en ellas. Me faltaba el aire, nade desesperado tratando de llegar a la superficie y de pronto algo me tomo de uno de los brazos y ……….
Un fuerte tirón del brazo me regreso a aquella madrugada y a los recuerdos. Era Fabio tratando de despertarme, abrí los ojos y lo mire extrañado y me indico que tenía que levantarme, mire a mi alrededor y vi que Agnetha estaba también despierta y junto a Fabio y más allá permanecía de pie frente al umbral de la puerta Doña Soledad.  Me levante sudado y sobresaltado, había sido solo un sueño, un mal sueño y nada más. Por un momento pensé que le había vuelto a dar una crisis asmática a la pequeña Esperanza. Pregunte y Fabio me tranquilizo indicándonos que me quedara tranquilo, la niña estaba bien, pero no era eso por lo que me habían levantado. Me dijo que Doña soledad los había levantado pidiéndoles que se vistieran porque tenían que salir, ella quería mostrarnos algo. La anciana se acercó mientras me vestía y nos dijo que el momento había llegado, que tenía una pequeña sorpresa para nosotros, el momento había llegado y teniamos que apurarnos, nos dijo -las respuestas a todas sus preguntas esperan más allá en la cumbre del cerro-.

Definitivamente aquel sitio era peculiar, el Saladar de Macuro era un cofre de perplejidades y sorpresas, tenías que acostumbrarte a que en cualquier momento podía ocurrir algo inesperado, en el poco tiempo que llevábamos allí habíamos podido aceptar que quizás esa era la verdadera esencia de aquel lugar. Me vestí rápidamente y salimos a la sala iluminada por algunas velas donde descubrimos nos esperaba también despierta y vestida con alguna especie de largo manto, la pequeña Esperanza.
La anciana hablo con su nieta, y la niña guardo dentro de una manta algunas velas, unos pequeños frascos llenos de arena, algunos rollos de viejos pergaminos amarillos y una pequeña lámpara que parecía ser de límpida y reluciente plata. Lio delicadamente todo aquello y amarando la manta se la echo al hombro, entonces la anciana tomo una vieja lámpara de gasoil y un retorcido cayado de madera y nos dijo que ya nos podíamos ir.
Salimos de su casa y contemplamos como todavía era de noche, eran algunos minutos pasados de las dos de la mañana. Tomamos aire y nos terminamos de despertar al recibir la fresca brisa con olor a mar que soplaba desde la costa, nos miramos entre nosotros sin saber que decirnos y sintiéndonos la verdad un poco extrañados y medio acobardados ya que no sabíamos con claridad que nos podíamos esperar de todo aquello. Así que en silencio y con el corazón latiendo a millón, nos pusimos a seguir en silencio los pasos de aquella anciana a través de las tinieblas de la noche, noche que se dejaba iluminar débilmente cuando un claro entre los negros nubarrones dejaban ver un cielo cuajado de titilantes estrellas.

Rodeamos la casa y abordamos una especie de sendero que transcurría desde la parte trasera de la casa y que parecía dirigirse hacia la distante montaña situada al fondo del valle donde se asentaba el pueblo. Comenzamos a caminar siempre en fila y detrás de la anciana y su nieta, en silencio como si fuéramos fantasmas y donde el único sonido que rasgaba la nocturna sinfonía de grillos y esporádicos cantos de ranas era el susurro de nuestros pasos al caminar sobre aquella estéril y reseca tierra que bordeaba la casa. Quizás al cabo de veinte minutos comenzamos el camino se internaba entre una oscura y densa vegetación haciéndose más estrecho, tratábamos de  seguir el asombroso y rápido paso que llevaba, bastante rápido para una persona de avanzada edad como lo podía ser Doña soledad, la que de vez en cuando y sin pararse, volteaba para ver si aún la seguíamos y nos dedicaba lo que parecía ser una enigmática sonrisa  que solo podíamos intuir por las sombras que producía la poca claridad de la lámpara que portaba sobre aquel indescifrable rostro surcado de arrugas y de largos cabellos canosos.
A medida que nos internábamos en aquel oscuro bosque comenzábamos a sentir el esfuerzo sobre nuestras piernas lo que nos indicaba que estábamos subiendo. Aquel estrecho camino parecía desplazarse en zigzag y en cada cruce de esquina comenzaba a empinarse más la subida. Mire hacia atrás y a lo lejos se veía distante una clara mancha sobre aquella oscuridad donde debería estar el pueblo. Seguimos la marcha y comenzamos a cansarnos por lo dura que se había vuelto la travesía. Atravesamos un pequeño arroyo de agua fría que descendía de la montaña. Tuvimos que tener cuidado y ayudar a pasar a la pequeña niña, el pequeño curso de agua no era muy profundo la verdad pero las piedras del fondo estaban muy resbalosas y constituían una traicionera trampa para nuestros pies no acostumbrados a estas travesías a esas horas de la noche y sin la iluminación adecuada, sin darte cuenta cada dos por tres estabas cayéndote de manera incomoda sobre aquellas frías aguas, pero sorprendentemente ni Doña soledad ni su nieta tuvieron ninguna dificultad para llegar hasta la otra orilla. Cuando finalmente llegamos los tres todos mojados a la otra orilla, Doña soledad nos preguntó si estábamos bien, a lo que tras recibir nuestra respuesta nos apuró a seguir ya que nos dijo que ya quedaba poco, y que teníamos que apurar el paso ya que se nos estaba haciendo tarde.
Seguimos entonces tras ellas otra vez en aquella extraña procesión. Pude darme cuenta al rato de marcha como la vegetación volvía a cambiar lo que supuse podía indicar que nos encontrábamos ya bastante arriba, nos habíamos internado mucho, hacía tiempo ya que habíamos dejado a tras a aquel denso bosque y ahora nos rodeaban por ambos lados del camino enormes piedras y tupidos matorrales desde donde multitud de pequeños destellos rojos nos indicaban que éramos vigilados por la  curiosa mirada de invisibles criaturas de la noche que poblaban los alrededores del estrecho camino.

La marcha se hizo más pesada y por instantes teníamos que ayudarnos agarrándonos de las piedras y matorrales para salvar la fuerte pendiente de algunos tramos. Jadeando pare un instante y mire hacia atrás, a lo lejos, muy a lo lejos podía distinguirse la tenue línea clara de la playa, y más allá el oscuro mar.  Podía divisarse todo el conjunto del valle donde estaba el pueblo distinguiéndose en uno de sus extremos los mangles y las salinas, y al otro el lejano muelle por donde llegamos y entre eso y nosotros una enorme mancha vede y oscura que comprendía todo el bosque y selva que habíamos recorrido durante nuestro ascenso hasta nuestro destino.
La anciana le hizo unas indicaciones a su nieta, y Esperanza se acercó a nosotros y nos dijo con aquella vocecita tan dulce y suave que estábamos casi por llegar, que faltaba muy poco para alcanzar la cumbre de aquel alto cerro. Los últimos metros como siempre fueron los más duros y extenuantes. El último recodo del camino me da vergüenza decirlo, pero tuvimos que casi llegar a arrastrarnos para llegar al final de nuestro camino. De pronto la anciana y la niña desaparecieron de nuestra mirada y por unos segundos nos sentimos completamente solos y perdidos, así que jadeantes y completamente bañados de sudor decidimos hacer un último esfuerzo, y justo cuando pensábamos que habíamos llegado al límite de nuestra resistencia alcanzamos la cumbre, terminando de recorrer los últimos metros de aquella empinada e imprecisa cuesta. Allí estaban esperándonos Doña soledad y la pequeña Esperanza, se hallaban en lo que parecía ser un pequeño claro delante de unas viejas y derruidas paredes de antiguas piedras. La luna, de un lleno casi total, ilumino con su claridad finalmente el paisaje que nos rodeaba, las oscuras nubes que la tenían oculta durante casi todo el camino comenzaban a desaparecer para dejarnos hipnotizados con la maravillosa visión que nos regalaba la naturaleza, una luna coronando aquella negra bóveda celeste completamente cuajada de estrellas, aquella visión era algo completamente mágico.

Poco a poco entre las derruidas piedras y solitarios arboles comenzamos a distinguir entre aquella oscuridad, algunas antiguas cruces y multitud de desgastadas lapidas por el paso incansables de los años, nos fuimos acercando hacia donde nos esperaban la anciana y su nieta, y definitivamente aquello era un antiguo cementerio, así lo atestiguaban la multitud de creces, lapidas y desgastados epitafios que veíamos a todo nuestro alrededor.

Ellas nos esperaban en silencio, la pequeña soledad había desatado la manta que había llevado, y ahora la anciana trazaba extrañas figuras sobre el suelo con la arena que había llevado en los frascos. La niña al terminar su abuela de dibujar aquellas figuras procedió a colocarse dentro del centro de aquellos místicos símbolos y procedió a encender la pequeña lámpara de plata colocándola delante de la anciana. Pudimos darnos cuenta que la niña habilidosamente había extendido y colocado los pergaminos que habían llevado en cada una de las esquinas de aquel raro símbolo.
Doña soledad nos habló muy calmadamente, casi susurrando y nos dijo que debíamos permanecer a unos metros por detrás de t ellas y que por ninguna razón podíamos alejarnos de allí ni invadir  el lugar donde ellas se encontraban, nos dijo que teniamos que seguir fielmente sus instrucciones, que eso era muy importante para nuestra seguridad y acto seguido nos indicó donde situarnos, un circulo dibujado con aquella arena y donde sin mucho esfuerzo podíamos permanecer parados  allí los tres a unos escasos  metros de ellas.

Procedimos a hacerlo según nos había indicado, nos mirábamos entre nosotros pero ni Fabio, ni Agnetha ni yo nos atrevíamos a decir nada, simplemente nos mirábamos y nos dábamos algún codazo en señal de complicidad, la verdad estábamos un poco asustados, por lo menos yo, sentía un temor raro e irracional por todo aquello, la verdad no era lo que nos esperábamos cuando se había referido que quería enseñarnos algo, que tenía una sorpresa entre nosotros. Mi reloj nos indicaba que eran cuatro menos cuarto, ósea que llevábamos caminando casi dos horas a través de esa oscura madrugada de aquel día lunes, que lejos parecía ya el domingo pasado, placido y bucólico, así como aquella turbadora noche que tastas interrogantes nos había dejado.

Viendo que habíamos ocupado el sitio que nos había indicado, nos pidió no hiciéramos ruido y volviendo al interior del extraño símbolo donde la aguarda su nieta, doña soledad tomo su cayado levantándolo en dirección a la negra oscuridad que se cernía delante de ellas y donde una espesa neblina con olor a salitre comenzaba a ocultar el conjunto de las cruces y lapidas que conformaban aquel solitario y escondido cementerio. Poco a poco empezó a emitir una lenta e indescifrable letanía, que comenzó a repetir palabra por palabra de manera suave pero segura la pequeña Esperanza. El sonido profundo y misterioso de aquella extraña oración o quizás más bien de alguna poderosa invocación comenzó a inundarlo todo con una suave vibración, con un rumor sordo que parecía ocuparlo todo, inundándolo todo con un eco que parecía venir de algún tiempo distantes, de tiempos antiguos, como sonidos lejanos que llegaban de un profundo pasado.

Nosotros permanecíamos dentro de ese círculo, abrazados los tres y temerosos, un raro escalofrió recorría nuestros cuerpos al escuchar aquellos raros sonidos, de pronto Agnetha me sacudió del brazo y antes de que dijera nada me hizo una señal con su dedo de que permaneciera en silencio y me indico que mirara lo que acababa de sacarse del bolsillo, allí estaba entre sus manos el móvil del que tanto alardeaba porque tenía una cámara de alta resolución de 20 Mpx. Pude ver como parpadeaba una pequeña luz roja en la pantalla, guiñándome un ojo me indico que había comenzado a grabar toda aquella escena, - ¡Dios! Como quería a esa mujer, que no haría por ella, no se podía negar que llevaba el oficio de las cámaras bien metido en la sangre. Le di un codazo a Fabio para que se enterara de lo que íbamos a hacer y dándole una palmadita le cedi mi puesto en aquel circulo protector para que grabara calladamente todo aquello. 

De lo que sucedió aquella madrugada más nunca nos dijimos nada en todos estos años, tan solo quedaron aquellos breves instantes, algunos minutos mezcla de asombro intenso, miedo, sentimientos encontrados, muchas dudas y la respuesta a muchas cosas que ni siquiera esperábamos encontrarnos. Hace años que no nos hemos vuelto a ver. Agnetha abandono la profesión, se casó y se fue a vivir a la lejana África donde ocupa sus días entre sus numerosos nietos y entre varias escuelas de las que todavía se ocupa personalmente. Fabio regreso a Italia y se dedicó a atender las viejas viñedos familiares obteniendo un relativo éxito con una línea de caldos espumosos aunque le perdió la huella después de algunos años. Definir lo que paso solo con palabras es imposible, no hay palabras para aquello. Todo lo que quedo de aquello fueron esos escasos minutos conservados para siempre dentro una pequeña tarjeta sd, los de vez en cuando vuelvo a mirar y los que he convertido protegidos en la total intimidad en mi ritual particular, personal, y el que utilizo cada vez que el tiempo tiende a falsear un poco mi memoria y comienzo a confundir mis propios recuerdos del Saladar de Macuro y de todo lo que vivimos allí.

Pues esa última visión que aflora algunas noches en mis sueños impidiéndome, ese último recuerdo de ese pueblo dormido en el tiempo, en un espacio olvidado entre los sueños y los más profundos anhelos, es lo que sucedió a continuación.
El cementerio ahora cubierto completamente por esa lechosa niebla que nos llegaba hasta las rodillas era ahora una mancha blanca de silencio y soledad. Esperanza y su abuela seguían en su ritual cacofónico de extraños arcaísmos y palabras hace tiempo ya olvidadas, aquella letanía de rezos, conjuros o invocaciones secretas había dado paso desde el eco y el rumor como producido por un viento lejano a transformarse sublimemente en alguna especie de música ancestral que llenaba todo el lugar, como si fuera la banda sonora de alguna antigua película a blanco y negro. Doña soledad en pleno éxtasis y quizás en el punto álgido de aquel ritual, se agacho recogiendo un puñado de tierra que llevaba en un pequeño saquito atado a su cintura y sin dejar a mi parecer de pronunciar siempre la misma palabra, lo fue esparciendo en círculos por sobre aquel aire oscuro y lento que lo rodeaba todo, dejando que el viento como si fuera un silencioso mensajero lo fuera depositando calmadamente por sobre todo el lugar.

Cuando el ultimo grano de polvo cubrió el cementerio, de pronto sin aviso ocurro lo inesperado, algo milagroso, un verdadero prodigio. La cumbre de aquel cerro, donde descansaba el viejo cementerio, oscura y silenciosa, pareció cobrar vida, oleadas de un viento cargados de mil aromas comenzaron a llenar el ambiente por todas partes, un remolino hecho como de fibras de colores intensos empezó a recorrer todo el cementerio cambio el ambiente a su paso y llenándolo todo de color y de movimiento, todo aquel espacio muerto y abandonado parecía ahora tan lleno de vida, era como si el lugar hubiera estallado envuelto en pasados esplendores.
Desde la tierra subió un remolino de voces distantes, ecos de sonrisas y los murmullos de llantos apagados. Conversaciones en múltiples acentos inundaron nuestros oídos. Ante nuestros asombrados y aterrados ojos, se iban presentado uno a uno de los habitantes que habíamos conocido en aquel pueblo los días anteriores. Aquella multitud de caras cuyas miradas parecían perdidas en un instante eterno parecían estar mirándonos y representar para nosotros alguna especie de teatro delirante y absurdo, fragmentos de la inmensa memoria atrapada por los años de aquel olvidado pueblo.
De pronto allí, delante de nosotros y a tan solo unos cuantos metros de nosotros, estaban todos los hombres, mujeres y niños del Saladar de Macuro. Allí estaba Don Pedro y su mujer vestidos con ropas antiguas, una multitud de niños ausentes y curiosos que nos observaban desde alguna lejana orilla de la realidad; Rodrigo, Silverio, Doña Margot, Lázaro con su bata blanca de mangas cortas, Virtudes, Juancho y el trio de viejos pescadores que vimos a nuestra llegada al pequeño muelle y que tan amables se ofrecieron ayudarnos con nuestras cosas: Primitivo, Florindo y Presentación, los abuelos de la plaza, las mujeres curiosas, en fin allí estaban todos los que fueron alguna vez en ese pueblo lleno de sol y de aire caliente olor a salitre. Como si fueran imágenes y sombras de viejas fotos fueron desfilando parte de sus vidas ante nosotros, allí estaban sus días y noches de sangre y risas, sus pasos lentos, sus calles de piedras, sus inmensas alegrías y sus más oscuras agonías. Desde el primer instante, desde su fundación, los tiempos de barracas de pescadores, la llegada de distintos emigrantes a sus costas, casa que poco a poco se iban levantando, el esplendor de sus salinas, el viejo sanatorio, caras nuevas que aparecían en aquella multitud, y de pronto allí estaban la fiesta, la algarabía por la recuperación de la pequeña Esperanza, su alegría por ella, su alegría por nosotros, la música, la fiesta caliente llena de alcohol y pocos prejuicios; Agnetha seguía filando todo aquello con su móvil como podía, la emoción era más intensa que lo que podía recordar, allí a tan solo unos pasos y como queriendo que los acompañáramos en ese inverosímil baile de sombras aparecieron aquellas morenas, esplendidas y bellas con las que había compartido en silencio la pasión de aquella noche, apareció también un hombre guapo, fornido y moreno que le hacía señas a Agnetha para que abandonara el circulo y se fuera con él, lo propio le ocurría a Fabio también, ahí estaban sus conquistas de aquella noche reclamándolo; Agnetha no podía más con todo aquello pude mirar como de sus ojos brotaban profundas lágrimas cuando contemplaba aquella recia figura masculina aparentemente tan llena de vida que la llamaba en silencio, ella no pudo aguantarlo más y se desvaneció, tuve que agarrarla fuertemente para evitar se hiciera daño en su caída y agacharme con ella se senté en el piso sin salirme de aquel circulo abrazándola fuertemente y esperando aquello fuera un simple desmayo. El móvil cayo fuera del círculo, imposible saber si seguía grabando, no me atreví a sacar la mano para buscarlo. Ahora yo también, me encontraba como lo estaban mis compañeros, asustado, aturdido y muy confundido, lleno de un sentimiento donde se mezclaba el asco, el temor, la pena y la compasión, aderezado con algunas alegrías y una insoportable tristeza.
Era demasiado para nuestra mente y nuestros corazones volver a contemplar aquella oscura noche de amor con aquellos irreales amantes, volver a oír sus jadeos entre nuestros brazos al abrigo de la cálida oscuridad de esa noche, las voces de los hombres y de aquellas hembras dispuestas a abandonarse a la pasión como si en ello les fuera la vida, queriendo disfrutar de cada segundo de algo que ellos habían dejado de sentir hacía ya mucho tiempo. El ruido de los tambores, el olor del pueblo, los amplios prados sembrados de maíz y plátanos, las risas impertinentes de los niños, la amabilidad de todos por atendernos; una detrás de otra se sucedían toda aquella profusión de imágenes y sonidos, siempre rodeados por aquel enorme conjunto de personas que aunque no se atrevían a avanzar más allá del circulo protector que nos rodeaba nos hacían señas invitándonos para que nos acercáramos a ellos para compartir esos recuerdos, eso era lo que era aquello, la visión completa y total de todos aquellos recuerdos, recuerdos de días sin fin, deseos, sueño incompletos y muertes prematuras. El mar salvaje que parecía mantener aislado al pueblo de miradas curiosas, vidas vividas cuando no correspondía al abrigo de la soledad y aislamiento de aquel lugar. Todo aquello un antiguo secreto, un poderoso secreto solo compartido por algunos pocos y el que ha todas costas había que guardar y proteger. Era demasiado cerré los ojos fuertemente, ya no podía seguir mirando todo aquello, sentí como si me estallara una poderosa luz dentro de mi cabeza.

De todo el recuerdo que conservo de todo aquel complejo y vertiginoso calidoscopio de sueños que fue aquello, solo quedaron grabado algunos pocos minutos, quizás si Agnetha no se hubiera desmayado habría filmado más, no lo sé, quien sabe, quizás eso ya ni importa, y gracias a eso sé que eso nunca fue un sueño, ni tan siquiera un mal recuerdo, aquello realmente nos ocurrió, aquello realmente paso, y desde ese día mi manera de pensar sobre ciertas cosas de las que prefiero guardar silencio, cambio. Esa madrugada fuimos testigos mudos, absortos y borrachos de tanta magia y cosas sin explicación, de un verdadero prodigio que permanece aún en mi mente sin explicación pero sin embargo acepto, contemplamos  aquel prolijo e insensato sueño, la vida completa recreada de El Saladar de Macuro, su compleja, sensual y atrevida alma, por si desde ese día comprendí, que algunos lugares pueden tener también alma, gracias a los anhelos compartidos de todos aquellos que han vivido allí y que por alguna razón se niegan a abandonarlo definidamente, todo eso con el paso de los años y de incontables vidas queda impreso allí en cada piedra, en cada árbol, en cada rincón formando parte del lugar para siempre y dándole vida secretamente a abrigo de la soledad y de los sueños, y al que tan solo muy pocos han podido de compartir con ellos, solo unos pocos elegidos, y entre ellos nosotros.

No recuerdo cuanto tiempo permanecí así, lo próximo que recuerdo en los calientes rayos del sol sobre mi rostro y la resplandeciente claridad del nuevo día. Había amanecido y las manos amables de Doña soledad y Esperanza nos ayudaron a levantarnos. Agnetha había vuelto en sí, recuperada coincidiendo con la llegada de la luz y el nuevo día. Antes de bajar al pueblo, nos pidió amablemente a que guardáramos aquel secreto, - ella nunca se enteró del móvil ni de la grabación-, y entendimos su total preocupación por la salud de su nieta y su total alegría por su recuperación, ellas dos eran las ultimas guardianas de aquel secreto, y cuando la anciana formara parte de aquella población de sueños y sombras, su nieta continuaría la labor de cuidado y mantenimiento de todos aquellos recuerdos, y de todas aquellas vidas pasadas, viviendo en esa extraña no existencia quizás hasta el fin de los tiempos. Sombras de una vida ancladas a un recuerdo pasado. ¿Desde cuándo ocurría eso?, ¿Era una generación de guardianas que se sucedía unas a otras?, ¿Dónde encontraría su reemplazo llegado el momento la pequeña Esperanza?, preferí no preguntarle nada, quizás no había respuesta para aquellas preguntas por lo que preferí dejar las cosas así, y al parecer mis compañeros debieron pensar lo mismo ya que en todo el camino de bajada nadie pregunto nada.
En medio del regreso nos mirábamos de vez en cuando y nos susurramos algunas cosas, nos confesamos perdidamente enamorados de aquel lugar, de aquel pueblo que la magia de algo que no habíamos podido explicar nos había dado. Ese pensamiento nos acompañó durante todo el camino de vuelta al pueblo, y durante todo aquel día lunes de sobresaltos y silencios, cuando al llegar descubrimos como bullía otra vez de vida cada una de sus calles y rincones, y donde todos acudían a darnos los buenos días y aparentemente sin poder recordar que ya nos habíamos visto tan solo unas pocas horas antes de la salida del sol, quizás eso formaba parte también del secreto, de la misteriosa energía que le daba la vida a todas aquellas personas.
Cuando llegamos a casa de Doña Soledad nos abrazamos entre nosotros y nos juramos que nunca abandonaríamos el Saladar de Macuro.
Aquel sentimiento duro solo aquel día, a la mañana siguiente nos despedimos de Doña Soledad y de su nieta, recogimos y cargamos nuestras cosas como pudimos y atravesando rápidamente el pueblo sin parar a saludar a nadie si quiera. Llegamos al viejo muelle y nos hicimos con uno de aquellos desvencijados peñeros, uno de los pocos que se veía aun en bastantes buenas condiciones y al que afortunadamente le funcionaba perfectamente el motor y tenia suficiente gasolina para el viaje de regreso, -otro de los grandes misterios de aquel lugar-. En realidad siempre he pensado que el lugar acepto a que nos fuéramos, y así emprendimos nuestra dudosa navegación aprovechando un instante calmo en aquel vigoroso y salvaje mar que rodeaba las costas del Saladar de Macuro, y alejándonos para siempre del olor a playa, salitre, y montaña y de aquel pueblo que no aparece en los mapas, ni aparecerá jamás, pero que permanece tan vivo y tan presente como usted y como yo. Cerca del mediodía llegamos exhaustos, empapados y algo estresados pero vivos al pueblo de Macuro, no quisimos dar muchas explicaciones a nadie allí, simplemente dijimos que nos habíamos perdido rumbo a Trinidad y que necesitábamos marcharnos lo más urgente posible a Pto. Güiria, lo que pudimos hacer a cambio de algunos euros.

Durante el regreso vía marítima a Pto. Güiria y luego en nuestro posterior viaje a Caracas donde después de unos días dimos por terminado nuestra experiencia fílmica por tierras Venezolanas y a uno quizás de nuestros más portentosos fracasos profesionales, ya que nunca pudimos cumplir con el plazo de la filmación para la serie, y tuvimos problemas serios gracias a eso.
Pero a través de todo el viaje de regreso, ni tan siquiera los días previos a nuestra partida, ya más relajados  en nuestro hotel, nunca volvimos a conversar sobre aquello, sencillamente hablábamos de cualquier cosa y fingíamos olvidar lo que habíamos visto, pero cuando nos mirábamos nos sentíamos culpables pues teníamos un turbidez en nuestras miradas que nos delataba y nos negábamos al hecho de reconocer ante los demás lo que habíamos visto, sencillamente no nos sentíamos preparados todavía para aceptar todas aquellas cosas que cuestionaban nuestra manera de pensar, nuestras creencias y la realidad misma de las cosas.

El día de nuestra partida, en el aeropuerto al despedirnos, Agnetha nos entregó un pequeño sobre a cada uno, conteniendo una nota y una pequeña tarjeta SD con la grabación de lo que vimos esa madrugada. Supimos que era nuestro último adiós, nos abrazamos los tres y creo que hasta lloramos con una emoción sincera, tomaríamos vuelos separados, distintos destinos, y sabía que nunca más volveríamos a vernos.

Con el paso de todos estos años me sorprende que ninguno de los tres nunca hubiéramos colgado alguna de las imagenes en la red, sinceramente nadie nos creería, ya hay demasiada basura en todos los portales de vídeos y sería difícil competir la verdad con tantas imágenes de extraterrestres, monstruos o fantasmas que hay por allí. Nunca revelamos nada. Mejor así, siempre he pensado que nuestro silencio sería el mejor peaje que pagábamos por haber contemplado aquel secreto, y con los años creo haber llegado a comprender porque nos fue tan fácil salir de allí aquella mañana, y ya hasta me parece mentira que alguna vez estuvimos por allí, por eso es que recurro de vez en cuando al ver esos pocos minutos grabados a 20 Mpx y evocar esos todavía desconcertantes recuerdos. Pero pienso que nada de eso importa realmente ya, llevamos a Saladar de Macuro de una manera indisoluble e imborrable dentro de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y al final quizás tenga razón aquello que nos escribió Agnetha en la nota que nos dejó en el sobre aquel día: “Allí volveremos a vernos”, quizás, porque no.

Tal vez eso, algún día, probablemente.

Así podría ser, ahora que lo pienso, ese que todos sabemos que en algún momento nos llegara, ese el más sublime e importante de todos, el momento del gran transito, simplemente llamemoslo.....
ese, "El último día".

Pedro A. Martos G.

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Bueno amigos, espero tengan tiempo una de esas tardes de hastió poder léerlo y lo más importante, espero os guste, se ha escrito con emoción, recuerdos y muchos sentimiento. La verdad que nunca he querido hablar de política a través de este medio pero considero llegado el momento todos tenemos que expresar lo que sentimos, así que no quería cerrar este post sin dedicarle unas palabras a la  valiente gente luchadora por las libertades y los sueños de la preciosa y querida tierra que me ha servido de inspiración para este relato, mi siempre recordada y últimamente, muy sufrida "Venezuela". País que esta pasando pasando momentos muy difíciles y donde el hilo que sostiene a la libertad, la democracia y la prosperidad de todo un pueblo es cada vez más delgado y el mismo esta sostenido infamemente y descaradamente por manos antidemocraticas manchadas en sangre de humildes y valientes compatriotas que lo único que desean es la libertad, felicidad y paz, y que no comparten la resaca que deja la borrachera de esa mal llamada "Revolución", donde solo unos pocos pueden comer, o tener medicinas, y groseramente cada día se hacen más y más ricos, y donde en aras de una mal llamada "revolución" de "igualdad" y "progreso", se le ha robado a la mayoría su derecho a vivir dignamente, y donde otrora uno de los países más ricos y prósperos de la América Latina, languidece entre pobreza, hambre  e inimaginables escaseces.

Animo Venezuela, animo Venezolanos, lo bueno se encuentra pronto por llegar.

Cuídense amigos.
Hasta el próximo post.


  

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